Señó Moshuelo quiere leer Las redes son nuestras de Marta G. Franco
Las redes son nuestras por Marta G. Franco
Internet era nuestra. Nos la robaron entre quienes viven de extraer nuestros datos personales y quienes necesitan que se extienda …
Poesía, libros y alpiste. Escampaos y bandolerismo. Si bajo de la rama soy Víctor Briones Antón
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Internet era nuestra. Nos la robaron entre quienes viven de extraer nuestros datos personales y quienes necesitan que se extienda …
En un futuro controlado por entidades corporativas donde el viaje espacial es posible, una compañía de seguros debe aprobar y …
Quiero pensar que el haber empatizado tanto con un organismo medio humano/medio máquina, misántropo, desmotivado y perdido en un mundo que no entiende es un mérito de la autora y no una mala señal de estar fatal de lo mío. Bueno y breve.
A pesar de que hay un par de historias que me han parecido impactantes y que en general las ideas son originales, no he acabado de conectar con ellas: las premisas son en su mayoría interesantes, pero no entiendo a dónde me llevan. La idea del libro es que son relatos en los que lo fantástico/terrorífico se cuela en lo cotidiano, pero hay un par de ellas que son directamente fantasía (y no es mi género favorito). Ha estado entretenido, pero sin más.
Más allá de lo terrible de que Nemirovsky muriera de tifus tras ser deportada a Auschwitz, fue una verdadera tragedia para la literatura que solo pudiera terminar dos de las cinco partes en las que ideó esta maravillosa novela, de las que solo pudo dejar anotaciones y apuntes. Hubiera sido un testimonio demoledor e imprescindible.
Dicen por ahí, cual leyenda urbana sobre Murakami que en realidad siempre escribe el mismo libro, algo que no puedo corroborar porque apenas he leído una obra del japonés. A lo mejor, más allá del repelús que pueda o no ocasionar determinado estilo, es un tema cultural, pues idéntico runrún rodea la obra del director coreano Hong-Sang-Soo, del que sí he podido gozar -al principio con determinado esfuerzo- varios de sus filmes. El caso es que acusar a quienes escriben o hacen arte de repetirse quizá sea dejarse llevar por la desconsideración hacia la propia naturaleza humana; yo mismo, cada vez que abro la boca para compartir con flema mis ansias y preocupaciones pudiera parecerle al resto que he comido una cabeza de ajos.
No puedo referirme al respecto al susodicho Murakami, pero sí a Dostoievski, Faulkner, K. Dick, Chandler, Thompson, McCarthy... cuyas fobias, neuras y obsesiones aparecen de manera …
Dicen por ahí, cual leyenda urbana sobre Murakami que en realidad siempre escribe el mismo libro, algo que no puedo corroborar porque apenas he leído una obra del japonés. A lo mejor, más allá del repelús que pueda o no ocasionar determinado estilo, es un tema cultural, pues idéntico runrún rodea la obra del director coreano Hong-Sang-Soo, del que sí he podido gozar -al principio con determinado esfuerzo- varios de sus filmes. El caso es que acusar a quienes escriben o hacen arte de repetirse quizá sea dejarse llevar por la desconsideración hacia la propia naturaleza humana; yo mismo, cada vez que abro la boca para compartir con flema mis ansias y preocupaciones pudiera parecerle al resto que he comido una cabeza de ajos.
No puedo referirme al respecto al susodicho Murakami, pero sí a Dostoievski, Faulkner, K. Dick, Chandler, Thompson, McCarthy... cuyas fobias, neuras y obsesiones aparecen de manera harto recurrente en todas sus obras sin que por ello vayamos a lapidarlos o considerarlos faltos de originalidad.
Coetzee no ha de librarse de tal aseveración, pero si bien sus desvelos son comunes en cada libro de los que he tenido el placer de leer, su planteamiento y estilo son curiosa y extraordinariamente asimétricos: desde la narración habitual de ficción en “Desgracia”, pasando por el modelo epistolar en “La edad de hierro”, hasta la propuesta de la novela que nos ocupa con un empleo pulcro y nada indiscriminado de la tercera o la primera persona del singular y una incorporación muy habitual al texto, pero tremendamente ágil, del fluir del pensamiento.
En “Vida y época de Michael K”, publicada cuando el escritor sudafricano pasaba de los 40 años y que le supuso la notoriedad y el reconocimiento internacional, ya están presentes la mayor parte de las características esenciales del autor y que de alguna manera dificultan en buena medida su lectura -por muy sencillo que pueda parecer su estilo- así como la honda comprensión de su pensamiento: la retención de información acerca de los personajes, de los que de manera recurrente jamás hace referencia al color de su piel, y el lenguaje simbólico y metaliterario, como puede suceder en la imagen del perro en “Desgracia” o la figura de la madre de K en “Vida y época de Michael K”.
En este último aspecto, la influencia de Kafka es obvia haciéndola patente Coetzee desde el propio título, y de igual modo puede verse en los dos últimos capítulos un modelo de argumentación y análisis muy similar al empleado por Dostoievski en el asentamiento de las fundamentos vitales de sus protagonistas. Dos estilos bien distintos para una forma similar de entender la naturaleza humana y que, habría que asumir, no son nada dúctiles de manejar y acoplar en una misma obra. El enfoque Kafkiano del personaje que da nombre a la novela, y que llega a compararse y asumir su transformación con un gusano en semejanza con el Gregorio de “La metamorfosis”, lo salva con nota altísima, algo muy de valorar, dando vida a un ser encerrado en cierta medida en sí mismo, en alto grado de transformación y que en un momento se niega a adaptarse, desde la calma y la asunción de su ser, a la inhumana sociedad que lo rodea y es incapaz de entender su opción. En un mundo en guerra, a quien decide no estar en guerra sólo le queda la coherencia, aunque resulte insensata al resto. En lo más común a Dostoievski, aunque sin desmerecer la tal vez necesidad del autor de mostrar con rotundidad la dispar interpretación que de los actos y decisiones de K hacen los actores secundarios que rodean la extraña personalidad del protagonista, Coetzee pisa ya arenas movedizas y nos entrega unos pensamientos quizá excesiva e innecesariamente directos, tanto por boca del farmacéutico, en el único capítulo narrado en primera persona, como por la del propio K, donde el uso de la tercera persona nunca ha de entenderse como la presencia de un narrador omnisciente, sino una forma de estilo indirecto con el que mostrarnos el planteamiento vital de K, su transgresión casi inconsciente que lo lleva a comportarse casi ausente de voluntad, en nueva similitud al K de “El proceso”, mas como un ser que tiende irremediablemente a la libertad, a no dejarse encorsetar por un mundo que ha dejado de entender y de seguir.
Coetzee ama Sudáfrica, y detesta todo lo que de negativo pueda hallarse en sus raíces: el racismo, el Apartheid, la incivilizada civilización, tal vez por eso dé vida a personajes aislados por la desesperanza, como el vagabundo alcohólico Vercueil, como la granjera Lucy... Tal vez por ello existe Michael K, quien desde su pacífica rebelión y sus simples renuncias se opone con firmeza silenciosa a ser masa, número... porque en el fondo no ha renunciado a la esperanza.
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Trasladar el género superheroico a un contexto español no se puede decir que sea la idea más original del mundo (ahí están Iberia Inc o ¡García! por ejemplo) pero entre que en la entrevista en Tiempo de Culto al guionista me gustó la premisa de este cómic y que Orígenes Secretos, escrita y dirigida también por él, me pareció una película bastante decente, me decidí a darle una oportunidad. El cómic tiene algún acierto como por ejemplo haber apostado por la serialidad imitando estar dividido en grapas a pesar de haber nacido como tomo o el personaje del genio. Pero dista de ser perfecto, en general siempre puedes ir viendo venir la trama y la última parte se desinfla un poco. Aún así el conjunto resulta interesante como versión cañí de los tropos superheroicos.
Me han encantado las tres historietas que componen este cómic. Parodias de los cuentos de horror y monstruos clásicos, hablan sobre la extrañeza del otro y la propia de forma inteligente y muy divertida. Me han sacado varias carcajadas y he mantenido una sonrisa de complicidad permanente mientras leía. Chapó.
Tenía pendiente Beowulf desde hacía mucho tiempo. Y me alegro mucho de haberme animado a leerlo, específicamente en la traducción y comentario de Tolkien editada por su hijo.
En esta edición encontramos el texto completo de esta historia de monstruos y política de clanes, un extenso comentario, bastante filológico, pero super interesante, una corta versión cantable que hizo Tolkien de la historia, y quizás lo más interesante: la versión que Tolkien realizó de la historia de Beowulf como si hubiera sido un cuento de hadas tradicional (sin los elementos históricos del poema).
Puede hacerse duro a quien no le interese para nada la parte lingüística, pero como digo, yo lo he disfrutado enormemente.
Westu Beowulf!!!
Las cosas feas son tan propias del mundo como las hermosas. Tú eres muy jóven, niña, y en el colegio no hacen otra cosa que taparte los ojos, lo que es un engaño, niña. Conocer el mal es ya una defensa. Donde no hay inocencia, puede haber pecado; pero donde no hay sabiduría, hay siempre desgracia.
— La sibila por Agustina Bessa-Luís, Isaac Alonso Estravís (traductor) (Página 149)
Ay, ajolá tener todos de niñes alguien que nos sepa decir las verdades y no solo encauzarnos y meternos en el surco. A mí me hubiera ahorrado muchos problemas el tener en er disco duro esta sentencia para saber del dolor, lo feo, lo cierto y lo que no se ve en la realidad.
Un libro este con mucha enjundia, que va lento y que me va a dejar poso, me lo noto en las canne.
«Esta trama de aporofobia extrema, estilizada narrativamente por Mansilla hasta hacer de ella una historia de aires pulp». —Diario de …