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@albacor

Sigo con las preguntas que planteas sobre los cinco primeros capítulos de la novela.

Hay una distancia que ya existía entre los personajes, como si sus relaciones ya estuvieran rotas o fueran muy distintas a la cercanía pegajosa que hoy entendemos es propia y normal en la cercanía con los otros.

Recio parece el amor que se profesan, distante, los personajes de esos parajes.

Hay también una fatalidad en como sienten y piensan. Y también una naturalidad en como se mezcla sentimiento y pensamiento, no se separa, aparece fusionado.

Por último, el pueblo abandonado que cada pueblo tiene cerca, en mi caso es Turruncún, en La Rioja, este se ve desde la misma carretera nacional que va a Arnedo y da lugar a muchas historias en el pueblo de origen de mi madre, Igea, la parte que me queda de pueblo en este cuerpo de moshuelo descastao.

@albacor

Contesto un poco a este post sacacorchos para participantes de

La voz narradora me ha colocado inmediatamente allí, en Ainielle, pero de una forma particular, sin apuntar solo al protagonista, desde el principio se percibe que lo que se nos expone está colmado de sentido, está abierto, habla de mucho más de lo que parece.

Con el ritmo me pasó algo parecido, en apariencia es lento, pero lo que es es calmado, se detiene para atender, qué joya eso hoy en día.

De la segunda cuestión no puedo más que decir un gran SÍ. El lenguaje, casi o sin el casi, poético nos hace ver el paisaje detrás del paisaje, de nuevo esa apertura de la que antes hablaba.

Me he sentido solo con el protagonista pero también se me ha ido el sentimiento hacia mi propia soledad, hacia cómo se hace patente en mi día …

Capítulo 5 (cont. y final)

Vemos también la reaparición de la soga de Sabina, también su resignificación, ha pasado el invierno, el dolor continúa, pero se vive ya de otra forma. No hay idealismos en esta narración, solo vemos un declive lento, inevitable. Hay olores, se intuyen las flores pero los edificios van a seguir cayendo, descalabrados, destripados. Hay un intento infructuoso del protagonista de volver/bajar a la civilización, un fracaso más, una prueba más de que es inevitable la podredumbre, una que será larga y dolorosa.
Y cómo acaba este capítulo, señal definitiva de que el mundo sigue y se ha olvidado de Ainielle y su último habitante, de que no le importa lo que allí suceda. Esa foto del hijo que no sabe a quién y todo lo que se llevó el pasado invierno. Brutal porque es irrebatible.

Capítulo 5

El otro sentir, uno desligado de lo civilizado, eso anticipar la primavera, que la perra la anuncia a ladrido limpio, el comienzo del deshielo cuando aún nadie podría verlo, intuido por la sensibilidad de la criatura, de la alimaña, del hombre asilvestrado, ese “oler la muerte del invierno”. Ese saber fuera del saber útil, aquí se ve a las mil maravillas. Me dejó pensando en lo que perdemos como sociedad al anular otros mundos que ya no producen, cómo dejamos escapar capacidades por preferir el acontecer inundado e hiperestimulante, por permitir su dictadura y prestigio. Dejamos de atender lo que también somos, eso subyace en este historia.
El renacer primaveral, algo que podría ser tópico, aquí se convierte en algo multifacético, es mucho más que la vuelta del vigor, también trae el pueblo real, el derruido cuando se retira la nieve. La naturaleza revive, el pueblo se acaba, …

Capítulo 4

Aquí sale a escena, also estarrin, la alucinación que sustituye, emula e invade la vida. El protagonista duda de la fiabilidad de su memoria, vemos como azota la soledad y como distorsiona lo que se recuerda y lo que se siente.
Hay un momento emocionantísimo en el que dice el prota que solo le queda el cuerpo: “Siento, eso sí, la presencia obsesiva de mi cuerpo” para después recalcar que fuera de ese cuerpo todo el mundo, la realidad, se ha difuminado. Parece esto un síntoma claro de acabamiento, una conciencia de rendición ante el derrumbe.
Y tras esas conciencia la despersonalización, la propia vida habitada y vivida por otro fantasmal. En este punto se ve clara la minuciosidad de Llamazares a la hora de tratar, desmenuzándolos, los procesos psicológicos de los humanos.

Capítulo 3

Aquí se continua con la soga, con su sombre espectral y lo que contiene y provoca. Sabina aún sigue presente, exorcizar el dolor de su pérdida se hace perentorio, algo que no se puede aplazar, vemos al prota desesperado, como no puede ser de otra forma. Admirable como estira el chicle sin que resulte tedioso ni repetitivo la centralidad de ese elemento, de esa cuerda maldita.
¡Vaya con el fin de año de este pobre señor! Uno pleno de exorcismo y sortilegios. Eso para que nos quejemos de nuestras cenas de nochevieja con más cuñados que canapeses. De nuevo, lo arquetípico, lo que nos hace más que humanos pero nos baja también a la humanidad desnuda, se hace presente en el cómo se despide el protagonista de su mujer.

Capítulo 2 (final)

Hablemos ahora de la soga con la que se cuelga Sabina, esa que sostuvo poco antes a un jabalí que se pasó de curioso para que se desangrara, el charco de sangre de la bestia sobre la nieve, como el autor pasa al cuerpo (y a los ojos, ay los ojos de Sabina) de la mujer pendiendo del mismo cordel. Impresionante.
También asombra la tonalidad circunspecta y seca, como el protagonista mismo, como el pueblo abandonado y la naturaleza que lo rodea y asfixia, de la voz narrativa. Esta rigurosidad expresiva no impide a Llamazares desplegar una riqueza expresiva deslumbrante, que sepa contenerla y amoldarla a lo que la historia pide es señal de habilidad desarrollada, de narrador en vena. Que el laconismo no nos quite la flor de nieve, la hondura no adornada pero que se ve y se siente, esto es ‘La lluvia amarilla’.

Capítulo 2 (cont.)

Tenemos aquí también augurios: el viento de Francia y como al retirarse deja destrucción (los elementos naturales como augures aparecen en varios momentos de la historia). Ese reguero de pájaros muertos que Sabina quema ante la decepción hambrienta del prota y de la perra. Qué imagen, guachupinillas mías, qué imagen.
Y aquí viene un eje central de la densidad de sentido de la obra: la muerte de Sabina y como eso deja desamparado al protagonista, lo convierte en un ser de inercia. El silencio que va instalándose meses antes de que Sabina haga lo que hace y que desemboca en la escena del molino será un elemento crucial, la pérdida, el hueco que queda y que se añade al anterior silencio y a otros conceptos casi arquetípicos que irá aportando el narrador y que darán al imbricarse cuerpo de sacralidad y hondura a la narración.

respondió al estado de Señó Moshuelo 🦉

Capítulo 2

Aquí vemos la anticipación de la muerte. Este puede ser uno de los grandes temas de la novela: todo lo que muere y como llega a su muerte cada cosa por su camino. Vemos como aquí se nos habla de todo lo que desaparece, de las muchas muertes dentro de una vida; se nos habla de lo crepuscular, lo que declina, con tintes de elegía y un tanto proféticos.
También es este capítulo crónica etnológica (todo el libro lo es en realidad) con un tono de letanía conseguido y pulido. Es muchas cosas este librito, pero eso ya lo he dicho, y las que me dejaré por decir y sentir. Su concisión, parquedad florida –flor de ortiga y zarza- y apertura de sentido son un trampolín, un lugar para el asombro.

respondió al estado de Señó Moshuelo 🦉

Capítulo 1

Qué inicio. Una progresión perfecta, llena de tensión y con una ambientación minuciosa e inmersiva. Enseguida estamos en el entorno que verá evolucionar la historia, enseguida sentimos la punzada (porque esta novela es una daga).
Supe, casi antes de acabar el primer párrafo, que iba a disfrutar mucho. Lo supe por la organización versicular de los fogonazos narrativos y por el uso poético (algunas ya me conocéis, sabéis que esta cabra amoshuelá tira al monte del poema que habita en todo) de la narración. Es que uno llega a estremecerse y a emocionarse con la descripción de esos hombres procesionando al corazón de la soledad y el abandono. Lo dicho, con este primer capítulo que ya nos dice el final del asunto, por cierto, Llamazares a mí me pescó bien pesacao.

Una de las cosas buenas que tiene el club de lectura es que no te mete prisas, va en contra del corre, corre que no llegas que tan habitual se nos ha hecho. Por eso lo disfruto más, porque puedo paladear el libro sin tiempo concreto y eso me hace ahondar y dejarme ir.

Dicho lo dicho, ya he llegado a los primeros cinco capítulos leídos de 'La lluvia amarilla' y os dejo mis impresiones de los mismos.

Antes, unas impresiones generales. Esta obra no es una novela, a mí no me lo parece, más bien es algo híbrido entre un poema río y una obra monologada de tono filosófico. Claro que hay historia, y qué historia, pero este libro hace mucho más que narrar y contar. Eso me hizo arrebujarme en su prosa esplendorosa y en su forma de mecer las imágenes.

Obra breve que deja la …

La lectura de La lluvia amarilla en ha sido conmovedora no sólo por la prosa de Llamazares, también por la enorme suerte que ha sido leerlo junto a vosotres este mes. Gracias por sumaros a una bastante multitudinaria cita lectora, para lo que es nuestro aforo habitual, es siempre generoso por vuestra parte compartir así, y muy enriquecedor para todes. Y a aquellos que faltáis, os leeremos con las mismas ganas. En este club de lectura nunca nadie llega tarde.🫶

Bueno, llego unos minutos tarde pero aquí os dejo el último post de dinamización de 'La lluvia amarilla', con pintura de Laura Footes (toda su obra le viene genial a la novela). En este último tramo se puede comentar todo y nada, porque es cierto que la narración parece volver un poco sobre sus pasos. Supongo que lo más interesante es compartir el poso que estoy segura de que historia ha dejado en nosotros. Nos leemos, gracias por estar ahí una lectura más