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Capítulo 2 (cont.)

Tenemos aquí también augurios: el viento de Francia y como al retirarse deja destrucción (los elementos naturales como augures aparecen en varios momentos de la historia). Ese reguero de pájaros muertos que Sabina quema ante la decepción hambrienta del prota y de la perra. Qué imagen, guachupinillas mías, qué imagen.
Y aquí viene un eje central de la densidad de sentido de la obra: la muerte de Sabina y como eso deja desamparado al protagonista, lo convierte en un ser de inercia. El silencio que va instalándose meses antes de que Sabina haga lo que hace y que desemboca en la escena del molino será un elemento crucial, la pérdida, el hueco que queda y que se añade al anterior silencio y a otros conceptos casi arquetípicos que irá aportando el narrador y que darán al imbricarse cuerpo de sacralidad y hondura a la narración.

Capítulo 2 (final)

Hablemos ahora de la soga con la que se cuelga Sabina, esa que sostuvo poco antes a un jabalí que se pasó de curioso para que se desangrara, el charco de sangre de la bestia sobre la nieve, como el autor pasa al cuerpo (y a los ojos, ay los ojos de Sabina) de la mujer pendiendo del mismo cordel. Impresionante.
También asombra la tonalidad circunspecta y seca, como el protagonista mismo, como el pueblo abandonado y la naturaleza que lo rodea y asfixia, de la voz narrativa. Esta rigurosidad expresiva no impide a Llamazares desplegar una riqueza expresiva deslumbrante, que sepa contenerla y amoldarla a lo que la historia pide es señal de habilidad desarrollada, de narrador en vena. Que el laconismo no nos quite la flor de nieve, la hondura no adornada pero que se ve y se siente, esto es ‘La lluvia amarilla’.

Capítulo 3

Aquí se continua con la soga, con su sombre espectral y lo que contiene y provoca. Sabina aún sigue presente, exorcizar el dolor de su pérdida se hace perentorio, algo que no se puede aplazar, vemos al prota desesperado, como no puede ser de otra forma. Admirable como estira el chicle sin que resulte tedioso ni repetitivo la centralidad de ese elemento, de esa cuerda maldita.
¡Vaya con el fin de año de este pobre señor! Uno pleno de exorcismo y sortilegios. Eso para que nos quejemos de nuestras cenas de nochevieja con más cuñados que canapeses. De nuevo, lo arquetípico, lo que nos hace más que humanos pero nos baja también a la humanidad desnuda, se hace presente en el cómo se despide el protagonista de su mujer.

Capítulo 4

Aquí sale a escena, also estarrin, la alucinación que sustituye, emula e invade la vida. El protagonista duda de la fiabilidad de su memoria, vemos como azota la soledad y como distorsiona lo que se recuerda y lo que se siente.
Hay un momento emocionantísimo en el que dice el prota que solo le queda el cuerpo: “Siento, eso sí, la presencia obsesiva de mi cuerpo” para después recalcar que fuera de ese cuerpo todo el mundo, la realidad, se ha difuminado. Parece esto un síntoma claro de acabamiento, una conciencia de rendición ante el derrumbe.
Y tras esas conciencia la despersonalización, la propia vida habitada y vivida por otro fantasmal. En este punto se ve clara la minuciosidad de Llamazares a la hora de tratar, desmenuzándolos, los procesos psicológicos de los humanos.

Capítulo 5

El otro sentir, uno desligado de lo civilizado, eso anticipar la primavera, que la perra la anuncia a ladrido limpio, el comienzo del deshielo cuando aún nadie podría verlo, intuido por la sensibilidad de la criatura, de la alimaña, del hombre asilvestrado, ese “oler la muerte del invierno”. Ese saber fuera del saber útil, aquí se ve a las mil maravillas. Me dejó pensando en lo que perdemos como sociedad al anular otros mundos que ya no producen, cómo dejamos escapar capacidades por preferir el acontecer inundado e hiperestimulante, por permitir su dictadura y prestigio. Dejamos de atender lo que también somos, eso subyace en este historia.
El renacer primaveral, algo que podría ser tópico, aquí se convierte en algo multifacético, es mucho más que la vuelta del vigor, también trae el pueblo real, el derruido cuando se retira la nieve. La naturaleza revive, el pueblo se acaba, …

Capítulo 5 (cont. y final)

Vemos también la reaparición de la soga de Sabina, también su resignificación, ha pasado el invierno, el dolor continúa, pero se vive ya de otra forma. No hay idealismos en esta narración, solo vemos un declive lento, inevitable. Hay olores, se intuyen las flores pero los edificios van a seguir cayendo, descalabrados, destripados. Hay un intento infructuoso del protagonista de volver/bajar a la civilización, un fracaso más, una prueba más de que es inevitable la podredumbre, una que será larga y dolorosa.
Y cómo acaba este capítulo, señal definitiva de que el mundo sigue y se ha olvidado de Ainielle y su último habitante, de que no le importa lo que allí suceda. Esa foto del hijo que no sabe a quién y todo lo que se llevó el pasado invierno. Brutal porque es irrebatible.