Despertó con la cabeza apoyada en mi costado.
Llevaba rato mirándola en silencio
preguntándome cómo hay personas
capaces de vivir creyendo en Adán y Eva
cuando el paraíso está en unos labios
que pronunciarían tu nombre
a las puertas del infierno
por quedarse una vida más
a descubrir el cielo.
Desmontaría esa farsa
sin necesidad de probar la manzana
pues en el cuerpo de una mujer
es otra mujer la que escribe la historia
que merece ser contada.