Todas las casas guardan la historia de quienes las han habitado. Las paredes de esta casa perdida en el páramo hablan de voces que surgen de debajo de las camas, de santas que aparecen en el techo de la cocina, de desapariciones que nunca se resuelven. Los vecinos reniegan de sus dos habitantes a la luz del día, pero todos acuden a ellas cuando nadie los ve. La abuela se pasa los días hablando con las sombras que viven tras las paredes y dentro de los armarios. La nieta vuelve a la casa tras un incidente con la familia más rica del pueblo. Ahora, desenredando la historia de la casa, se han empezado a dar cuenta de que las sombras que la habitan estuvieron siempre de su lado.
Llego tardísimo a este libro porque se me perdió en la montaña de pendientes. Supongo que no aporto nada nuevo porque ya se ha escrito mucho sobre él, solo quería dejar aquí dicho que ES BUENÍSIMO. Si queda alguien por leerlo, lo recomiendo 100%.
Una novela corta pero que funciona a muchos niveles: la casa embrujada, la brutalidad en la España rural, el abismo entre clases sociales, la violencia contra las mujeres, la falta total de oportunidades para los pobres, el odio que hace enloquecer a cualquiera. El estilo narrativo me ha encantado, alternando los puntos de vista de la abuela y la nieta, incluyendo los párrafos que parecen una transcripción literal del lenguaje oral, sin comas pero con onomatopeyas.
El principio es lo que más me gustó, y me predispuso a favor de la novela: esa familiaridad con los fantasmas de la casa (hay que fijarse cómo están calzadas las piernas que salen de debajo de la cama para saber si es la abuela o cualquier aparecida), eso de que los ángeles sean unas mantis religiosas gigantes que no conviene tener alrededor de tu cama, le dan un toque de humor que ya …
Una novela corta pero que funciona a muchos niveles: la casa embrujada, la brutalidad en la España rural, el abismo entre clases sociales, la violencia contra las mujeres, la falta total de oportunidades para los pobres, el odio que hace enloquecer a cualquiera. El estilo narrativo me ha encantado, alternando los puntos de vista de la abuela y la nieta, incluyendo los párrafos que parecen una transcripción literal del lenguaje oral, sin comas pero con onomatopeyas.
El principio es lo que más me gustó, y me predispuso a favor de la novela: esa familiaridad con los fantasmas de la casa (hay que fijarse cómo están calzadas las piernas que salen de debajo de la cama para saber si es la abuela o cualquier aparecida), eso de que los ángeles sean unas mantis religiosas gigantes que no conviene tener alrededor de tu cama, le dan un toque de humor que ya nos dice que no será una novela de terror convencional… lo peligroso no son los fantasmas, son los que se cargan a la mitad de tu familia en la tapia del cementerio.
Hay novelas cuya lectura nos aporta calidez y nos transporta a un lugar seguro. Otras, en cambio, están en las antípodas de esa sensación; nos rompen los esquemas y nos remueven por dentro. Carcoma, de Layla Martínez, pertenece al segundo grupo. Y no puedo dejar de recomendarla.
Hay pocas emociones más ajenas a mi cotidianeidad que el rencor. Mis enfados son estallidos pasajeros, y raro es que no me calme enseguida. Quizá por eso, por contradictorio que suene, haya resonado tanto conmigo una novela en el que es el tema principal.
Y es que Carcoma es una obra visceral, vengativa, escrita desde la ira y desde las tripas y con plena conciencia de clase y de género. Es un relato conciso, cuya narrativa combina con maestría el terror psicológico, el realismo mágico costumbrista y la novela social.
Por manido que suene, la casa de Carcoma no solo es un personaje …
Hay novelas cuya lectura nos aporta calidez y nos transporta a un lugar seguro. Otras, en cambio, están en las antípodas de esa sensación; nos rompen los esquemas y nos remueven por dentro. Carcoma, de Layla Martínez, pertenece al segundo grupo. Y no puedo dejar de recomendarla.
Hay pocas emociones más ajenas a mi cotidianeidad que el rencor. Mis enfados son estallidos pasajeros, y raro es que no me calme enseguida. Quizá por eso, por contradictorio que suene, haya resonado tanto conmigo una novela en el que es el tema principal.
Y es que Carcoma es una obra visceral, vengativa, escrita desde la ira y desde las tripas y con plena conciencia de clase y de género. Es un relato conciso, cuya narrativa combina con maestría el terror psicológico, el realismo mágico costumbrista y la novela social.
Por manido que suene, la casa de Carcoma no solo es un personaje clave en la narrativa, sino su eje vertebrador. Es a la vez la maldición de las protagonistas y el catalizador de sus instintos vengativos. Leer Carcoma hace inevitable entrar en sus paredes llenas de humedades y secretos. En las duras circunstancias que viven la abuela y la nieta que la habitan (personajes tan interesantes como grises). La precariedad, las sombras y el ambiente malsano se vuelven algo palpable y tangible. La casa está viva y, con ella, generaciones de historia.
Layla Martínez hilvana con precisión y rabia un relato que no se esconde al buscar justicia (y venganza como conclusión satisfactoria) para quienes peor lo tienen. Su intensidad golpea, de abajo arriba, como es (y debe ser) la lucha de clases.
¡Si las paredes hablaran!
Este libro destila rabia, rencor, odio y toca tantos temas que no te deja indiferente esa carcoma que te corroe, de una forma u otra.
Una historia oscura y tenebrosa. La historia de una casa en la España vacía. Una casa donde habita una abuela, su nieta, y los fantasmas con sus voces. Un libro que te dejará muy buenas sensaciones.