ArianeDeTroil empezó a leer Daredevil: Born Again de Frank Miller

Daredevil: Born Again por Frank Miller, David Mazzucchelli
“Y yo os digo… Que un hombre sin esperanza es un hombre sin miedo”. Aquí llega la edición definitiva de …
Cuenta de @lopezsanchez@mas.to Ensayo, cómic y, por supuesto, buena literatura (y también mala, qué demonios).
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¡70% terminado! ArianeDeTroil ha leído 56 de 80 libros.
“Y yo os digo… Que un hombre sin esperanza es un hombre sin miedo”. Aquí llega la edición definitiva de …
Novelón. La historia familiar de la autora nos traslada al alegre, ilustrado y cosmopolita Berlín de los años veinte. A través de la vida real de Else, madre de Angelika, asistimos a un mundo desprejuiciado donde el deber y el qué dirán quedan postergados frente a la vida, el disfrute y la búsqueda de lo artístico. Al mismo tiempo, mientras admiramos ese comerse la vida a bocados, vamos entreviendo el horror que se acerca inexorable. En un mundo que va siendo arrasado, asistimos a la reacción de los diferentes personajes: desde la negación de algunos a la rebelión suicida de otros, la indiferencia o la renuncia desesperada a uno mismo en busca de la supervivencia. Else es una de esas personas inolvidables que, además, ofrece testimonio de primera mano de lo frágil que puede ser la civilización una vez se desatan las bestias. Todo un novelón tremendamente adictivo.
"...La larga gestación de El Señor Presidente, por encima de su condición de novela-denuncia, trasciende los ecos surgidos de la …
La “mujer en la nevera” es un tropo narrativo que la escritora Gail Simone identificó originalmente en los cómics. La primera mujer en la nevera fue un personaje llamado Alexandra DeWitt, la novia de Linterna Verde. En uno de los cómics de 1994, Alexandra intentaba ayudar a su novio a aceptar sus superpoderes y convertirse en superhéroe, cosas que se negaba a hacer. Linterna Verde solo pudo superar sus inseguridades y su falta de madurez cuando regresó a casa y se encontró con que Alexandra había sido brutalmente asesinada por un villano llamado Mayor Force, quien había encastado su cuerpo en la nevera. Esta pérdida impulsó a Linterna Verde a convertirse en un gran héroe; Alexandra es sacrificada solo para que la historia pueda continuar. Se trata de un ejemplo especialmente atroz, pero animó a Simone a compilar una lista de todas las mujeres de cómics asesinadas, violadas, torturadas, enloquecidas, desposeídas de sus poderes, derrotadas o agredidas de cualquier otra manera solo para que un hombre se pudiera sentir mal y convertirse en un gran tipo.
— La historia de Roma en 21 mujeres por Emma Southon, Marc Figueras Atienza (trad.)
La miseria y el miedo a morir no pueden idealizarse ni considerarse con romanticismo. Son lo único que no se deja vestir con bellas palabras. Son feos y afean, huelen mal, transforman a las personas en animales acosados que luchan por so-brevivir, y sólo en raros casos singulares hacen de ellas mártires y santos. Nuestro pasado fue una existencia de ratas, fue humi-lación y privación de dignidad, impotencia y odio, enfermedad y muerte, huida y astucia, sudor de miedo y castañeteo de dien-tes, albergues sucios, ropa remendada y alubias blancas. jUn pasado transfigurado! Pitt, fue destrucción física, anímica e in-telectual, fue una pesadilla de ocho años de la cual uno despertaba de vez en cuando con un grito o gimoteo para darse cuenta de que la pesadilla era realidad.
— Tú no eres como otras madres por Angelika Schrobsdorff (Página 520)
Leyó: «Los del comité judío siguen apoyándome pero no pueden hacer nada para que yo siga aquí, porque como judío al cincuenta por ciento no pueden inscribirme (sólo si fuera al cien por cien podrían hacerlo) ni representarme ante la policía. Me dicen que "mire a ver cómo me las arreglo", que no pueden hacer nada aunque quieran...». ¡Ay, Dios, está entre la espada y la pared! Primero se mete en la boca del lobo por declararse judío completo y ahora por serlo sólo a medias. ¿Es que todos se han vuelto locos? ¡Y cómo no voy a volverme loca yo!
— Tú no eres como otras madres por Angelika Schrobsdorff (Página 383)
Antes creía que crecer y hacerse adulto consistía en alcanzar algún tipo de paz interior que acabaría con la incomodidad y la zozobra que a veces se mudan a vivir a mi estómago. Ahora sé que los humanos somos criaturas extrañas y un poco horribles que se temen entre sí, y que hacerse adulto solo va de intentar comer bien y de tener que entregar papeles en sitios donde a veces me tratan regular o me hablan mal. Los funcionarios también son seres humanos, estoy segura, aunque la mayor parte del tiempo no lo parezcan. Para mí, crecer era la idea de disfrutar de mi independencia, de mi trabajo y de mi dinero, pero en realidad consiste en pensar continuamente en la ropa que tengo que lavar y planchar, en esa lechuga ya pocha que lleva dos semanas olvidada en la nevera, en cómo seguir evitando a mis caseros porque temo que quieran subirme el alquiler si les cojo el teléfono.
— Supersaurio por Meryem El Mehdati (Página 185 - 186)
Cuando me muriera, me convertiría en uno de aquellos terrones. También él. A pesar de todo lo que se había escrito, dicho y pensado sobre el tema, seguía siendo algo imposible de comprender. Se convertirían en tierra las manos, los ojos y la boca. La memoria. El sufrimiento. Los pecados. La verdad. La mentira. Y cuando eso por fin ocurriera, si alguien pisara sobre los terrones de tierra que seremos no habría ningún dolor.
— Inmersión por Marta Rebón, Lidija Čukovskaja, Ferrán Mateo (notas) (Página 181 - 182)
«Perdónemel», me apetecía decirle. «Yo no tenía derecho a juzgarle; yo, a quien nunca le habían lanzado perros guardianes; yo, que nunca había visto una tablilla de madera atada al pie de un muerto... ¡Perdóneme! Usted no quiere volver allí, a talar árboles en el bosque o a trabajar en las minas. ¡Por segunda vez! Su novela no era sino su débil escudo, su frágil muralla... ¡Perdóneme! Usted ya sufrió un infarto, esa enfermedad cuesta dinero, necesita un salario. ¿Y de qué otro modo, dado que usted es un inválido, podría ganarlo? Sólo escribiendo. Escribiendo mentiras estereotipadas... Perdóneme. No tenía derecho a exigir de usted la verdad; yo, que gozo de buena salud, también me callo. A mí no me han molido a palos durante la noche, en el despacho de un juez instructor. Y mientras a usted le pegaban, yo guardaba silencio. ¿Qué derecho tengo, pues, a juzgarlo ahora? Perdone mi maldita crueldad, ¡perdóneme!».
— Inmersión por Marta Rebón, Lidija Čukovskaja, Ferrán Mateo (notas) (Página 180)
El silencio es elocuente. Al igual que una frase pronunciada, encierra muchas lecturas. Puede ser un signo de cobardía o bien de coraje. La ausencia de palabras a veces resulta balsámica y, otras, simplemente insoportable. Es sobre todo acuciante el silencio de las víctimas de la tiranía, pues exhorta a romper el mutismo impuesto por represores y cómplices. Lo que no nos atrevemos a decir, afirmó Aleksandr Herzen, sólo existe parcialmente.
— Inmersión por Marta Rebón, Lidija Čukovskaja, Ferrán Mateo (notas) (Página 189)
Con este fragmento comienza el postfacio “CONTRA LA TIRANÍA”, que aporta un dignísimo colofón a este pedazo de novela.
Le había pedido, incluso suplicado tantas veces antes de marcharme que me dijera qué estaba pensando, qué tenía en la cabeza. Él no había tenido palabras para mí. Mientras miraba aquellas hojas, me di cuenta de que había ahondado en sus sentimientos por mí y había intentado expresar lo inexpresable. Imaginar la angustia que lo había impulsado a escribir aquella carta me hizo llorar. «Abro puertas, cierro puertas», escribía. No amaba a nadie, amaba a todos. Adoraba el sexo, odiaba el sexo. La vida es una mentira, la verdad es una mentira. Sus pensamientos concluían con una herida curativa. «Estoy desnudo cuando dibujo. Dios me tiene de la mano y cantamos juntos.» Su manifiesto como artista.
Se imaginó el entusiasmo de la asamblea, un entusiasmo sobrio e inteligente, por supuesto. Se imaginó el final de la asamblea cuando... y en ese instante su experiencia se impuso y le mostró lo que ocurriría. En primer lugar, en la asamblea solo estarían algunos de los diversos grupos socialistas. Muy pocos, desde luego, se prestarían a ceder la hegemonía de sus pequeños grupos a algo que pretendía acabar con los pequeños grupos. La asamblea lanzaría a algunas personalidades fuertes que llevarían la voz cantante y se convertirían en líderes, pero no tardarían en discutir entre ellos y convertirse en enemigos y constituir movimientos rivales. En un abrir y cerrar de ojos, este movimiento para acabar con los cismas habría provocado uno más. Siempre sucedía igual.
— Cuentos europeos por Doris Lessing (Página 870)
Aaaah, la eterna disputa en grupúsculos de la izquierda en busca del más puro. Parece que hay cosas que nunca cambian.
-Mi mejor amiga y segunda madre, Pampa Kampana, lo ve todo con los ojos que le fueron cegados -respondió-. Yo seguiré su ejemplo y lo diré todo con los labios cerrados.
Ahora, pues, estaba bien apoltronado en su sillón, pero parecía haberse vuelto sensato. Ciertamente, Alemania se había convertido en una dictadura con un único partido, el NSDAP, y se habían promulgado algunos decretos nada halagueños, como el de que los funcionarios no arios, salvo los excombatientes de la guerra, tenían que pasar a la «jubilación», o que se limitaba el acceso a escuelas y universidades de personas no arias, o que a los «indeseables» se les podía retirar la nacionalidad alemana. Pero no se habían producido nuevos disturbios, y la mayoría de los quinientos mil judíos residentes en el Tercer Reich no veía ningún motivo apremiante para abandonar Alemania. […] El estilo de vida de Else no había cambiado. Se divertía y vivía al día con sus amigos, y el tema Adolf Hitler sólo se mencionaba, si acaso, entre bromas, quitándole importancia o manifestando asco. No se les podía pedir que tomaran en serio a aquel fantoche, con sus arengas gritonas y sincopadas, su manía aria y sus programas de futuro pasados de rosca. ¿Dónde estaban, al fin y al cabo? ¡En Alemania, sin duda, país civilizado y amante de la cultura donde los hubiera! Sólo Ilse Hirsch, amiga íntima de Else, miembro de una asociación sionista desde hacía años e influenciada por advertencias y llamamientos, sostenía con firmeza que era hora de abandonar Alemania y de emigrar a Palestina. Else se reía. Que eso era agua para el molino de los sionistas, decía: hacer cundir el pánico para que Palestina se llenara de judíos. Y justo ella, Ilse, que tenía los pies en la tierra, se dejaba meter aquellos pájaros en la cabeza. Que ya estaba bien. Que Alemania era su país y Berlín, su ciudad.
— Tú no eres como otras madres por Angelika Schrobsdorff (Página 233 - 234)
Qué puñetera impotencia. ¡Corred, insensatos! ¡Luchad antes de que sea tarde!