Reseñas y comentarios

Recuerdo de pequeño tener libros de ciencia para niños profusamente ilustrados con visiones tremendamente optimistas de un futuro que nunca fue, lleno de hábitats espaciales y colonias en diferentes lugares del sistema solar. Esos libros aunque a mí me llegaron en los 80 seguramente estuviesen concebidos en los 70, una década en la que todavía llegaban misiones a la Luna y en la que vistos los avances exponenciales que se consiguieron en tan pocos años el cielo ya no era el límite. A nuestra generación se le prometió un programa espacial apasionante y al final, además del trauma colectivo al ver explotar el Challenger en el 86, nos tuvimos que conformar con ser testigos de logros como el amartizaje de Curiosity o el fly-by a Plutón que, aunque excepcionales, palidecen cuando los comparas con lo que me habían prometido aquellos viejos libros. En estos últimos tiempos de turbocapitalismo las grandes promesas de exploración espacial ya no vienen de libros de ciencia para niños sino de billonarios divorciados que lidian con su crisis de la mediana edad con el muy freudiano hobby de construir cohetes gigantescos. Y aquí entra este libro. Un jarro de agua fría contra ese tecnooptimismo que nos están vendiendo, analizando todos los problemas que la tozuda realidad pondrá a las promesas de tener colonias en Marte más pronto que tarde. Un libro ameno y ligero pero documentadísimo en el que desgranan no sólo los problemas más obvios (el espacio es un lugar hostil que quiere matarte, una especie de Australia pero sin wombats para hacerlo más llevadero) sino también otros a los que en principio no les prestarías tanta atención como los legales y sociológicos. Una lectura divertidísima que no puedo dejar de recomendar a todos los que tengáis interés en la exploración espacial.

¿Pero qué bendita locura es esta? Es como si el espíritu de aventura del Bone de Jeff Smith hubiese tenido un hijo ilegítimo con Robert Crumb al que dieron en adopción para que lo criase un Jodorowsky que hubiese aprendido a dar con la cantidad justa de psicotrópicos para no resultar cargante. Una saga fantástica que parte de una premisa muy loca y que es total y absolutamente cañí. Con un arte que no deja de sorprender página tras página y que es tremendamente evocador. Entre que Astiberri está empezando a reeditar la saga desde el principio y que me lo recomendó un colega decidí afrontar por fin una tarea comiquera titánica que no negaré que me daba mucho respeto pero que ahora lamento no haber empezado antes. Pero también tengo que reconocer que esto es tan raro y tan personal que no me atrevería a recomendarlo alegremente. Es la típica obra que si entras en ella vas a adorar con toda tu alma. Y de la misma manera pasará lo contrario y habrá quienes la aborrezcan. Pero me parece imposible que pueda dejar indiferente a nadie.

Cogí este tomo con muchas dudas porque el anterior me había parecido un punto de inflexión en el que el tándem Ferri/Conrad había empezado a funcionar y se habían marcado un álbum que, a pesar de estar constreñido por su pertenencia a una franquicia tan potente, había logrado un mínimo de entidad propia al conseguir librarse de algunas de las convenciones de la serie (era un álbum de viajes que empieza in media res) e introducir algún personaje secundario nuevo absolutamente maravilloso. Cambiar al guionista cuando parecía que la cosa arrancaba no me hacía presagiar nada bueno. Y desgraciadamente mis recelos se confirmaron. Este álbum es un paso atrás, volviendo a guiones anodinos que nos recuerdan las épocas más mediocres de la serie. Del dibujo no hay mucha queja porque seguimos con la filosofía de hacer un facsímil del mejor Uderzo y ahí Conrad lo sigue clavando. Pero en conjunto deja un sabor agridulce porque el tomo 40 de la serie merecía algo más.

Posiblemente uno de los ejemplos más extremos para contrarrestar aquello de “no mezclemos frikismo con política”. Un juego de rol que ya hace toda una declaración de intenciones en su portada al definirse como “space opera antifascista”. Escoria rebelde es, sin el menor disimulo, una versión de Star Wars en la que el foco total y absoluto se pone en la lucha de los rebeldes contra, literalmente, nazis del espacio. El juego es sencillo y orbita alrededor de la narratividad priorizando la creación de historias. El sistema Polymorph es muy sencillo pero logra de manera muy sencilla forzar diferencias muy relevantes en función del tipo de personaje que desees jugar. No creo que sea un juego para jugar largas campañas pero para oneshots o pocas sesiones puede funcionar muy bien. La ambientación son apenas cuatro páginas al final del libro pero seamos sinceros, esto es Star Wars y todos lo conocemos de sobra. Algo podremos inventarnos sobre la marcha. Por último, destacar que me ha llamado la atención que esto no lo haya traducido una editorial indie sino que haya sido Devir que son (en el contexto rolero, claro está) una de las grandes. Les honra haber apostado por una marcianada así.

Hace unas cuantas semanas en uno de los fedidramas que de vez en cuando nos montamos por estos lares hablamos mucho de una instancia cuyas normas eran tratar sólo temas frikis sin mencionar jamás la política. Vaya por delante que respeto el derecho de cada uno a gestionar su nodo como mejor le parezca, pero esta norma no es que no la comparta sino que directamente considero que es imposible de cumplir. Esta novela es un ejemplo perfecto de ello. Es imposible hablar de ella sin hablar de feminismo, de racismo, de cambio climático o del poder de la prensa. Que, una vez más, no deja de ser la naturaleza de la buena ciencia ficción. Hablando del libro en sí, arranca como una historia de catástrofes para pasar de un modo abrupto a ser una ucronía un tanto hard de exploración espacial. No es perfecta, a veces peca de maniqueísmo y personajes un tanto planos, pero sí es ágil y rematadamente entretenida. No sé si seguiré leyendo la saga, pero como lectura independiente también funciona bien. Como dato curioso, en los agradecimientos del libro la autora cita a Brandon Sanderson como creador del personaje que me pareció más plano y maniqueo, lo que confirma la manía que le estoy cogiendo a ese señor…

Posiblemente una de mis mayores carencias como lector de cómics a la que por fin he empezado a poner remedio en parte gracias a la comodidad de irlo comprando poco a poco en esta nueva edición de bolsillo. Edición que dista de ser perfecta no tanto por tamaño sino porque el papel me ha resultado demasiado brillante y se hace difícil encontrar la cantidad exacta de luz para leer cómodamente. Cuando te enfrentas a un clásico como este siempre tienes un pequeño miedo de haber puesto unas expectativas demasiado altas que tal vez no se cumplan. Pero no es el caso. Sandman hace honor a su fama. Es una historia maravillosa, hipnótica y a ratos verdaderamente aterradora. Una obra maestra del cómic que en parte me arrepiento de no haber leído antes, pero por otra me alegro de haberlo hecho con tanto bagaje como lector porque eso seguramente haya hecho que la disfrute todavía más.

Tengo que reconocer que el 90% de la decisión de compra fue la portada de Tomás Hijo y el saber que dentro vendría alguna ilustración más suya. Lo que viene a ser el libro en sí no me resulta sencillo de resumir porque tiene dos partes prácticamente antagónicas. Una primera mitad en la que se dedica a presentar el mundo que se me hizo lenta y pesada, aunque agradezco el que haya huido del mundo mediaval fantástico prototípico. Y una segunda mitad que directamente es un desparrame de acción sin tregua. No tengo pruebas ni tampoco dudas de que esto es una adaptación de alguna partida de rol que el autor haya jugado con sus colegas porque buena parte de esta mitad tiene un regusto dungeonero muy potente. La combinación de esas dos mitades nos da un conjunto que sin llegar a haberme vuelto loco tampoco puedo decir que esté mal. Entretenido (especialmente sus últimas 200 páginas). Y eso no es poco.

Un primer borrador de esta reseña iba en la línea de "lo mejor de Tintín sin lo peor de Hergé" pero decidí no seguir por ahí entre otras cosas porque Tintín es tan básico en mi formación como lector que está por encima de los muchos peros que se le puedan poner a su autor. Mejor centrarme en lo divertidísimo del tomo y en su gran ritmo con esta historia de aventuras totalmente pulp. Es cierto que abusa de las cajas de texto con descripciones si lo juzgamos con ojos actuales, pero no se nos puede olvidar que es un cómic que tiene ya 80 años. Y tampoco podemos olvidar que se publicó como serial en una Bélgica ocupada por los nazis y a pesar de ello consigue sortear la censura con una historia sobre guerra, espionaje y armas secretas. Hergé, en la misma época, había optado por historietas más fantásticas y entrar en modo full-antisemita con La Estrella Misteriosa. Una cosa que me ha venido a la cabeza mientras lo leía es los años luz de ventaja que le sacaba el cómic francobelga al americano en los años 30-40. Luego llegó el rodillo del imperialismo cultural...