Ocaña empezó a leer Entre visillos de Carmen Martín Gaite

Entre visillos por Carmen Martín Gaite
Translated by Frances M. Lopez-Morillas.
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Translated by Frances M. Lopez-Morillas.
Un análisis del incendario agotamiento en los milennials
3,5 estrellas. No me parece un libro imprescindible, no descubre nada muy novedoso, pero da testimonios de un mal generalizado, de una generación basada en el esfuerzo hasta el agotamiento y en las promesas incumplidas que se nos dieron de peques (estudia y esfuerza y tendrás buen trabajo, casa, etc.). Me quedo con la mirada interseccional, feminista y de clase, con las perspectivas sobre la paternidad/maternidad y la necesidad de supervisión, la crianza, y cómo influye hasta en la organización de cumpleaños, muchas veces por el miedo a descender de clase. Lo que menos me gusta es la mirada estadounidense, que tienen que sufrir las consecuencias de un sistema fallido, y que asumen como natural (deudas médicas y de universidad, etc).
El dolor que atraviesa la historia no se puede reparar, los vacíos son imposibles de llenar, pero la tarea de documentarse y testificar nunca será en vano. El incesante olvido engullirá todo, a no ser que le opongamos el esfuerzo abnegado de registrar lo que fue. Las generaciones futuras tienen derecho a reclamarnos el relato del pasado.
Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas.
Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida.
— El infinito en un junco por Irene Vallejo (Página 416)
Llevo un par de semanas retomando este inmenso libro, después de casi dos años de pausa por el estudio de la oposición. Darle espacio mental creo que es indicador de mi proceso de sanación.
Advertencia de contenido Tocho sobre maximizar el ocio y redes sociales
Esta estrategia de «maximizar» el ocio que tenemos —para nosotros mismos, para nuestras familias, con nuestros semejantes— está totalmente ligada a, ¡sorpresa!, la ansiedad de clase. En The Sum of Small Things: A Theory of the Aspirational Class [La suma de las pequeñas cosas: una teoría de la clase aspiracional], Elizabeth Currid-Halkett sostiene que a cierto grupo de estadounidenses les preocupa cada vez más expresar su estatus de clase a través de «significantes culturales que transmitan su adquisición de conocimiento y su sistema de valores». En otras palabras, expresar, instagramear o difundir nuestro compromiso con el tipo de actividades de ocio, productos mediáticos y adquisiciones que subrayan el estatus de «élite». Eres lo que comes, lees, ves y llevas, pero la cosa no termina ahí. También eres el gimnasio al que vas, los filtros que usas en las fotos de las vacaciones y dónde vas de vacaciones.
No basta con escuchar la National Public Radio, leer al último ganador del National Book Award en la categoría de no ficción o correr media maratón. Tienes que asegurarte de que los demás saben que eres el tipo de persona que emplea su tiempo libre de manera productiva, estimulante y optimizada. Y a pesar de que muchos de los productos y las experiencias asociados a la «clase aspiracional» son los habituales de la cultura media (leer superventas literarios de ficción, ver películas que cuentan con el gancho de los Oscar), el sello actual del burgués culto es el gusto por lo elevado y por lo vulgar, por el ballet y por los que mejor bailan en TikTok, por la mejor televisión de prestigio y por los giros de guion de la franquicia televisiva Real Housewives al completo. Ser una persona culta es ser culturalmente omnívoro, por mucho tiempo que nos ocupe.
Cuando la gente se queja de que hay «demasiada televisión», en cierto modo se está quejando no de la abundancia de opciones disponibles para todo tipo de gustos que ofrece el mercado, sino de que la cantidad de consumo necesaria para estar al día en las conversaciones no deja de crecer. Episodios, pódcasts, incluso acontecimientos deportivos, terminan pareciendo listas de tareas. Lo de menos es si a uno realmente le gustan este tipo de cosas, ni siquiera si las consume en su totalidad. Son un indicador, en las redes sociales y presencialmente, de la clase de persona que las consume. Y cuando podemos dedicar un tiempo tan escaso al ocio, hay una exigencia constante de emplearlo de la mejor forma posible, consumiendo los productos y comprometiéndonos con el ocio que con mayor efectividad exhibirán nuestro estatus de omnívoros culturales. Abres (y acto seguido guardas para más tarde) decenas de artículos recomendados por otros. Compras un poco de hilo y un libro para aprender a hacer punto, pero nunca das una sola puntada. Empiezas un libro, luego te preguntas si deberías estar leyendo ese otro, que es más guay. Pruebas esto y lo otro, y entonces miras por el rabillo del ojo —o entras en Instagram— en busca de algo mejor.
— No puedo más por Anne Helen Petersen (Página 231)
Son los correos electrónicos, pero es más que eso: es el Google Docs, y las conferencias telefónicas que escuchas sin sonido mientras preparas el desayuno a tus hijos, y las bases de datos a las que puedes acceder desde casa, y tu supervisor enviándote un mensaje el domingo por la noche con «el plan para mañana». Algunos de estos avances se anuncian como herramientas para optimizar los horarios con el objetivo de ahorrar tiempo: ¡menos reuniones, más conferencias telefónicas! ¡Un horario menos rígido en el lugar de trabajo, mayor flexibilidad! Uno puede empezar su jornada laboral en casa, quedarse un día más en la cabaña o incluso salir antes para recoger a su hijo del colegio y atar los cabos sueltos más tarde. Pero toda esta flexibilidad habilitada de forma digital se traduce en realidad en la habilitación digital de más trabajo (con menos fronteras). Y Slack, como la cuenta de correo electrónico del trabajo, hace que la comunicación en el lugar de trabajo parezca informal, incluso a medida que los participantes la asimilan como obligatoria.
— No puedo más por Anne Helen Petersen (Página 209)
Hoy en día, estar «empleado» no significa que uno tenga un buen trabajo o un trabajo estable o un trabajo cuyo salario le permita sacar a su familia de la pobreza. Existe una alarmante desconexión entre la aparente salud de la economía y la salud mental y física de quienes la alimentan. Por eso cada vez que oigo las cifras de desempleo siento que nos están haciendo luz de gas: es como si alguien nos repitiera una y otra vez que lo que sabemos que es cierto en realidad es una ficción. Y me pasa lo mismo cada vez que oigo que la economía nunca ha sido tan fuerte, y en especial cuando oigo declaraciones como la del CEO que proporciona servicios contables a los con-ductores de Uber: que los trabajos esporádicos son «el estilo de vida que eligen los millennials».
— No puedo más por Anne Helen Petersen (Página 136)
El cultivo de la esperanza —por pequeñas que sean las opciones de tener éxito— se ha convertido en una estrategia de negocio. La gente en prácticas y los becarios crean contenido y proporcionan mano de obra por un precio inferior al del empleado asalariado, pero son precisamente el ejemplo más evidente de los hope laborers. Los escritores por cuenta propia son hope laborers, así como los trabajadores temporales que esperan esa codiciada «conversión a jornada completa». Industrias enteras prosperan gracias a un exceso de trabajadores dispuestos a pedir menos por trabajar más, siempre y cuando puedan decirse a sí mismos y a los demás que tienen un trabajo que «aman».
— No puedo más por Anne Helen Petersen (Página 115)
«Siempre había querido que el trabajo fuese mi vida, pero ahora siento que un buen trabajo es aquel que no me obligue a trabajar más de cuarenta horas semanales y que incluya tareas que me resulten desafiantes e interesantes, pero al mismo tiempo factibles. Ya no quiero un trabajo “guay”, porque creo que los trabajos que son tu “sueño” o tu “pasión” consumen la propia identidad fuera de las horas de trabajo de una forma que puede llegar a ser muy tóxica. Y ¿sabes qué? Que paso de perder mi identidad si me quedo sin trabajo».
— No puedo más por Anne Helen Petersen (Página 107)
Un análisis del incendario agotamiento en los milennials
Advertencia de contenido Sobre la música y los referentes como delatores de clase
La música tiene un efecto delator implacable. Apunta directamente hacia el lugar del que venimos, por eso sentimos tantas veces que nos pone en evidencia. [...] «A ver si reconoces esta canción». Esa se convirtió en una de las preguntas que más miedo me daban. Mientras hacía la cena, o en la sobremesa, sonaban piezas que me resultaban casi siempre desconocidas. Parecía que él disfrutaba con la tensión que el interrogante generaba. Yo callaba siempre. Incluso cuando alguna vez creía conocer el tema. Seguía sintiendo terror a ser pillada en falta, a que descubrieran la fisura. Seguía sin entender por qué yo no identificaba esos nombres, preguntándome qué había hecho mal. Eso le convertía a él en el dueño de los referentes y le colocaba en un lugar perverso con respecto a mí
— Yeguas exhaustas por Bibiana Collado Cabrera (Página 50)
Advertencia de contenido Sobre arrepentimientos sociales
[Contexto de debate en clase de universidad] Yo estaba pletórica. Esas situaciones siempre me han proporcionado maravillosos chutes de adrenalina. Como si las puertas de la presa se rompieran de golpe y por fin las aguas pudieran dirigirse hacia su cauce natural.
Sin embargo, indefectiblemente, sufro después un bajón terrible. Paso días y días atormentándome por cada una de las palabras que he dicho. Revivo las conversaciones, punto por punto, una y otra vez. Pienso en aquello que no dije y debería haber dicho. Pienso en lo que tendría que haber callado. Cada reposición mental me presenta un panorama más negro de mi intervención. Me torturo. Me torturo. Me torturo. Mi cabecita corrige la desviación de haberme colocado en un lugar en el que una ruralina no debería estar.
— Yeguas exhaustas por Bibiana Collado Cabrera (19%)