El programa anarquista que Goldman deposita en el derecho a las cosas bellas comienza por emancipar la esfera pública de los valores capitalistas de utilidad y eficiencia: arranca con el rechazo del trabajo, con reducir tanto como podamos nuestra condena laboral. En consecuencia, el derecho a las cosas bellas no es una quimera, sino un conjunto de garantías que imponen un límite absoluto al gobierno neoliberal de nuestras vidas, un límite que nos dé un respiro y nos deje mucho tiempo para la inoperancia, el corazón de la anarquía. Para Gold-man, el anarquismo consiste en preservar un espacio para nosotros que no esté contaminado por las lógicas capitalistas del rendimiento, donde no se nos mida por méritos ni productividad, sino que podamos abrazarnos más allá de la competición, como ilustres incompetentes. ¿No es esa la única forma de querernos de verdad? Vida cursi y divina, tiempo regalado, la nada de los domingos. El derecho a las cosas bellas es el derecho a ser inútil, a no servir a nadie ni para nada.