Rafa Poverello valoró Nuestra Senora de Paris: 4 estrellas

Nuestra Senora de Paris por Victor Hugo
En el París del siglo XV, con sus sombrías callejuelas pobladas por desheredados de la fortuna y espíritus atormentados, la …
Leo de todo, desde chico, gracias a mi mami maestra que me enseñó que los libros son como un viaje sorpresa a no sabes bien dónde, pero que siempre, o casi siempre, es un disfrute. Mi hermano me odiaba, porque yo encendía la luz del dormitorio bien temprano y se chivaba diciendo que no le dejaba dormir.
Ahora escribo, lo que no quiere decir que sea escritor, y lo hago porque disfruto más aún que cuando leo.
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En el París del siglo XV, con sus sombrías callejuelas pobladas por desheredados de la fortuna y espíritus atormentados, la …
Cuando en una pequeña ciudad minera la mortandad se multiplica por diez y los propios coches de la policía sirven …
Juro solemnemente sobre la biblia que acompaña -junto a su cuaderno del bien y del mal- el mezquino caminar del juez Holden que, tan siquiera a punta de pistola, recomendaré este libro de una precisión quirúrgica exquisita ni al mismo Satán que se presente, aunque con toda probabilidad compartiera ganas y deshonras Mefistófeles con semejante individuo de medida maldad.
McCarthy no se guarda un as en la manga y ya lo avisa desde el título, de forma mucho más precisa en lo que contacta con el sentido profundo y demencial de la obra en el original inglés: the Evening Redness in the West (Atardecer enrojecido en el Oeste). Porque de eso trata en última instancia esta novela de ingrata digestión y por momentos espesa lectura, de la hermosura infinita que rodea al ser humano en su deambular por el mundo y como la irrupción en dichos parajes del ser supuestamente …
Juro solemnemente sobre la biblia que acompaña -junto a su cuaderno del bien y del mal- el mezquino caminar del juez Holden que, tan siquiera a punta de pistola, recomendaré este libro de una precisión quirúrgica exquisita ni al mismo Satán que se presente, aunque con toda probabilidad compartiera ganas y deshonras Mefistófeles con semejante individuo de medida maldad.
McCarthy no se guarda un as en la manga y ya lo avisa desde el título, de forma mucho más precisa en lo que contacta con el sentido profundo y demencial de la obra en el original inglés: the Evening Redness in the West (Atardecer enrojecido en el Oeste). Porque de eso trata en última instancia esta novela de ingrata digestión y por momentos espesa lectura, de la hermosura infinita que rodea al ser humano en su deambular por el mundo y como la irrupción en dichos parajes del ser supuestamente más inteligente sobre la tierra bestializa y desangra todo lo que toca a imagen del caballo de Atila. Y lo hace por mero placer, por inconsciencia, por antropocentrismo, pues ni en un sólo párrafo o frasecita minúscula de “Meridiano de sangre” se hace la más mínima mención a la venganza, a la necesidad, a la supervivencia... No hay excusas para la brutalidad y no hay motivos para buscar una. Lo explica con pasmosa indiferencia el endiosado/endemoniado juez protagonista: “La ley moral es un invento del género humano para privar de sus derechos al poderoso en favor del débil”. Profética visión de una sociedad enferma que, en sentido inverso a lo que hicieran Thoreau, Tolstoi o Gandhi, recurre a la usurpación de todo y a la denostación de la alteridad.
Alguna importancia habría que concederle al hecho de que la novela parta de un suceso histórico: la contratación de un grupo de asesinos a sueldo, la banda de Glanton, por parte del gobernador de Chihuahua a mediados del siglo XIX con el único fin de masacrar a los indios, pues supone sin duda conceder más ingrata credibilidad al asunto ignominioso de la justificación de la violencia gratuita, pero un asunto curioso y en absoluto banal es que el alterego del juez y personaje del que parte la obra jamás es nombrado en sus más de 300 páginas. Es “el chaval”, un chico, un muchacho, en un viaje iniciático y que, oportunamente invitado en medio del caos, se adapta a lo que le rodea como un parásito con tal de sobrevivir, de igual modo que estamos invitados a hacerlo cada uno de nosotros, poniendo con inasumida complicidad sobre cada línea nuestro nombre de pila. Todo, con la abstrusa opinión de que fuera posible sobrevivir a la maldad sin alejarse de ella.
Y claro, más allá de lo que puedan recordar el argumento y el uso despreciativo de la violencia a los filmes maestros de Sam Peckinpah (muy especialmente su conocida película rompedora de mitos “Grupo salvaje”) y a pesar de que en buena parte de la obra las frases son cortas y austeras lo que, junto a la característica del autor de no definir los diálogos a base de guiones o comillas, hace ágil su lectura, McCarthy no hace migas con nadie con tal de ser minucioso y puntilloso hasta lo agónico en los dos extremos opuestos que desea mostrar con pelos y señales, lo que ha de suponer sin duda alguna un lastre para según qué tipo de lector que se adentre en sus páginas con exceso de docilidad u optimismo. No estriba la concreta dificultad en la metódica descripción de las matanzas y los asesinatos, que con un uso martilleante de oraciones coordinadas y sin renunciar a esparcir sesos, entrañas y miembros amputados crea párrafos de una visceralidad y un desasosiego espeluznantes, sino más notoriamente en el necesario contrapunto de la balanza deteniéndose con una precisión exquisita al comienzo de cada escena en el entorno vital y de hermosura insondable que será transformado en desastre con absoluta inmediatez por el pie del “hombre blanco”. Tampoco ha de resultar banal la falta de aprecio y soberana decrepitud con la que McCarthy describe las ciudades por las que pasa el grupo de Glanton liderados por Holden en claro contrapunto con la sutilidad amorosa con la que aborda los paisajes a los que antes hacíamos alusión.
En fin, que no se la recomiendo a nadie, aunque me pueda parecer imprescindible, como lo es para el juez que sólo quien haya visto la sangre de la guerra y haya vivido en el hoyo pueda bailar como poseído por el diablo después de cometer la más atroz de las tropelías. Por mi parte no sé bailar, y menos ganas me quedaron.
Una impresionante e imaginativa fábula moral acerca de la naturaleza de la violencia y la justicia. Estamos en los territorios …
Leer a los autores clásicos de novela negra es para personas como yo, abstemias y acuciadas por una pertinente rinitis alérgica, más peligroso que ser detective privado en el Hollywood de los años 30. Tras cerrar la última página de cualquiera de sus obras uno tiene la apabullante sensación de que ha inhalado más humo de cigarrillos y bebido más güisqui que en cualquier pub de la esquina antes de ser instaurada la Ley seca contra el tabaco. Con las descriptivas y vívidas escenas perpetradas por Chandler hasta sensación tenía de que se me estaba taponando la nariz y lo que más me extrañaba no era que en mitad de la serie de novelas protagonizadas por el ínclito detective éste no muriera como consecuencia de un disparo ejecutado por alguien poco dado a soportar sus chanzas, sino que no se hubiera ido al otro barrio en virtud de una cirrosis …
Leer a los autores clásicos de novela negra es para personas como yo, abstemias y acuciadas por una pertinente rinitis alérgica, más peligroso que ser detective privado en el Hollywood de los años 30. Tras cerrar la última página de cualquiera de sus obras uno tiene la apabullante sensación de que ha inhalado más humo de cigarrillos y bebido más güisqui que en cualquier pub de la esquina antes de ser instaurada la Ley seca contra el tabaco. Con las descriptivas y vívidas escenas perpetradas por Chandler hasta sensación tenía de que se me estaba taponando la nariz y lo que más me extrañaba no era que en mitad de la serie de novelas protagonizadas por el ínclito detective éste no muriera como consecuencia de un disparo ejecutado por alguien poco dado a soportar sus chanzas, sino que no se hubiera ido al otro barrio en virtud de una cirrosis hepática.
“El sueño eterno” es la primera novela de Raymond Chandler y de su figurín particular Philip Marlowe, quien ya en 1935 había sido el protagonista de un relato corto: “Finger man”, que junto con "Killer in the Rain" y "The Curtain" pueden haber sido la base sobre la que el escritor estadounidense crea la trama contenida en la obra y que la divide en dos partes diferenciadas -un inicial chantaje que deviene en asesinato y la posterior búsqueda de una persona desaparecida- aunque perfectamente engarzadas con un final sorpresivo, que engarza de manera perfecta el engranaje de ambas investigaciones. Todo ello si el lector es capaz de alzar su mirada más allá de lo habitual y acertar a comprender la evidente falta de interés que Chandler muestra por rematar cada cabo suelto, centrándose de manera clara en aspectos ya marcados por Hammett en su opera prima “Cosecha roja”, que sirvieron como punto de arranque para la novela negra mucho más alejada de los clichés habituales del género policíaco, y que Chandler llevara a dimensiones magistrales y muy definidas a lo largo de toda su obra. Lo de menos, dentro de unos límites, es el argumento.
Ciertamente en los inicios de Hammett se aprecian sin dificultad todos los componentes de lo que vino a llamarse hardboiled: detective como antihéroe, femme fatale, ambientes excesivos y oscuros, descripciones cáusticas y metódicas, denuncia firme de la corrupción socio-política, diálogos fluidos y sardónicos... pero el marco argumental aún sigue claramente las líneas de la novela clásica de detectives, mostrando su preocupación porque todo esté perfectamente hilado dentro de la investigación y la deducción. De manera pragmática digamos que no soy capaz de imaginarme a Hammett dejando el más mínimo resquicio para que se haga cábalas el lector; lo cual no es en absoluto malo, evidentemente, sino otro enfoque distinto. En este aspecto he de abrazar la libertad creativa de Chandler, a quien prefiero por ser más visceral, sarcástico, irónico y confuso, ¿por qué no?; más centrado en el naturalismo y hasta en ocasiones barroquismo de las descripciones externas más que en la propia trama; más cínico en la presentación de personajes y con una profundidad no siempre fácil de descubrir en Marlowe, al que es necesario conocer más a través de lo que hace que de lo que dice. Me caen la mar de bien sus estupideces y exageraciones, su despabilada autenticidad, porque detrás de su espectacular apariencia (Chandler siempre hubiera preferido en el cine a Cary Grant en lugar de a Bogart) y de ese impertinente y sobrado discurso que recorre la novela como única forma de lograr sobrevivir en un mundo que se escapa entre los dedos, se esconde un ser que no recurre a la violencia gratuita, que intenta ser coherente y justo con las personas que le rodean -incluso con los asesinos a los que no siempre acaba denunciando a la policía-, que es capaz de sacrificarse por sus amigos o por aquellas personas que confían en él más allá de toda razón y lógica, y cuya personalidad se nos hace más compleja y humana en cada una de las posteriores novelas de las que es protagonista. “El largo adiós” es fiel reflejo de ello. ¿Acaso puede ser odioso alguien a quien le relajan el ajedrez y la poesía?
No puedo terminar mi desahogo sobre “El sueño eterno” sin hacer referencia al famoso cabo suelto acerca de la muerte de Owen, el chófer, que aparece en la primera parte de la trama. Hay quien aduce que dicho desliz se debe al uso por parte de Chandler de material reescrito, pero en una novela de 240 páginas, leída por el autor de manera pormenorizada como lo demuestran los dos últimos capítulos donde retoma infinidad de detalles del principio de la obra incluso a nivel descriptivo, ¿no se dio cuenta del clarísimo detalle o es que en realidad, dentro del sentido y de las características de la novela negra, no le concedió la más mínima relevancia? Abogo a que a Chandler le importaba un pimiento. De hecho, en el capítulo 19, cuando se cierra la primera investigación se da por supuesto en los periódicos cuál ha sido la causa de la muerte de Owen y Chandler no pone el más mínimo interés en retomar el tema con posterioridad; también lo da por cerrado, pues su influencia en la resolución de la trama es inexistente.
Cuentan que cuando Hawks quiso llevar al cine la novela de Chandler, sus guionistas con Faulkner a la cabeza se volvieron locos intentando cuadrar el tema pendiente del chófer. Faulkner decidió entonces llamar a Chandler y la respuesta sin tapujos del novelista deja bien a las claras lo que pasaba por su mente y a qué le concedía importancia a la hora de transmitir y narrar: “Pues la verdad es que no tengo ni idea”.
Solemos tener los lectores la curiosa costumbre -se acierte o no- de asociar las características de la criatura con las de su creador. Tal vez sea mala influencia de la cultura judeocristiana con aquello de que “creó Dios al hombre (varón y hembra) a imagen suya”. El caso es que si hay dos seres cuya semejanza tira por tierra tal argumento son indefectiblemente el detective Philip Marlowe y el escritor Raymond Chandler.
He de decir de entrada, que me siento un poco huérfano, como el propio Marlowe, tras acabar de gozar sus andanzas quijotescas (porque locuelo es un rato) y sentir a todas luces que va a ser difícil poder disfrutar y sonreír con descaro de la misma forma que lo he hecho con los diálogos sardónicos, cínicos y políticamente incorrectos de este tipo medio alcohólico al que le encanta la poesía y el ajedrez (aparte de una buena copichuela …
Solemos tener los lectores la curiosa costumbre -se acierte o no- de asociar las características de la criatura con las de su creador. Tal vez sea mala influencia de la cultura judeocristiana con aquello de que “creó Dios al hombre (varón y hembra) a imagen suya”. El caso es que si hay dos seres cuya semejanza tira por tierra tal argumento son indefectiblemente el detective Philip Marlowe y el escritor Raymond Chandler.
He de decir de entrada, que me siento un poco huérfano, como el propio Marlowe, tras acabar de gozar sus andanzas quijotescas (porque locuelo es un rato) y sentir a todas luces que va a ser difícil poder disfrutar y sonreír con descaro de la misma forma que lo he hecho con los diálogos sardónicos, cínicos y políticamente incorrectos de este tipo medio alcohólico al que le encanta la poesía y el ajedrez (aparte de una buena copichuela de Gimlet muy frío, claro). La suerte es que puedo hacer mías las palabras que Chandler compartía al hablar de las novelas de su personaje estrella asegurando que si leía algunos párrafos después de unos minutos parecía que lo hubiese escrito otra persona. Hay frases de Philip Marlowe que cada vez que las leo me sacan de nuevo una sonrisa como si la escuchara por primera vez. Y es que Marlowe algo tiene; incluso en esta pequeñita web ha sido capaz de aglutinar varias reseñas de lectores de lo más dispares y jugosos comentarios a diestro y siniestro.
Iba a cometer un sacrilegio y decir con cuál de la serie me quedo, pero, en realidad, sería hacer un flaco favor a su obra, porque me ofende a mí mismo no incluir a todas y cada una en el recorrido, a excepción justo de ésta que nos ocupa, Playback, pero es que -aunque recurramos a aquella máxima que negábamos al inicio sobre el autor y su personaje- en la última novela del detective de Los Ángeles, Marlowe es más Chandler que nunca y me veo en la obligación de perdonárselo, porque sus motivos tenía.
En Playback, Marlowe resulta apagado y tierno, algo no ya impensable, sino contrario a su idiosincrasia. Se enamora, podríamos decir, apenas es impertinente, aunque sigue ingenioso, e incluso se lleva bien con casi toda la policía que aparece en escena (a cuyo Fondo Social quiere donar el dinero del caso). Chandler se atreve hasta a transgredir uno de sus inapelables criterios en una narración de intriga: “por lo menos, la mitad de las novelas de misterio violan la ley que la solución, una vez revelada, debería parecer inevitable”. Aquí, podría decirse que es un poco a dedo.
Muchos son quienes aducen dos causas probables e interrelacionadas para explicar esta peculiar circunstancia en Playback: que Chandler se basa en un guión propio (en realidad, dos) que no se llegó a producir y que en él no aparecía el personaje de Marlowe. No obstante, si nos atenemos a antecedentes, El sueño eterno partía de dos relatos cortos del escritor y en uno de ellos tampoco aparecía el detective, sin embargo el resultado, si bien no está del todo pulido, es bien distinto. Por mi parte, considero que el motivo real y trascendente que hace mortal a Marlowe lo expone con claridad el novelista en una de las rumias internas tras llegar a su piso: "dejé la copa en una mesita baja sin tan siquiera probarla. El alcohol no era la solución. Nada era la solución, excepto tener un corazón endurecido que no pidiera nada a nadie". Quizá por primera y última vez, quien habla no es Marlowe, sino Chandler, el cual había perdido a su esposa hacía tres años, volviendo a caer en el alcoholismo y había tratado de suicidarse en varias ocasiones. Chandler era pura desidia y no había logrado terminar nada desde la publicación de El largo adiós cuatro años antes. Playback es, con diferencia, su novela más corta. No le queda ni una gota de cinismo ni sarcasmo en las venas y lo clásico de sus novelas, esas descripciones barrocas y tan secas como hermosas, apenas hacen acto de presencia en su última aventura. Tan cruel le resulta resistir a solas a Chandler que no duda en ofertarle a su creación el matrimonio.
Sería falso decir que Playback destroza un mito, pero lo transforma, de una manera radical, no paso a paso como en el resto de la serie del detective por excelencia, y no deja de ser interesante leerlo, porque el ocaso siempre es muy duro, durísimo, y casi nadie es capaz de resistirlo.
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