Foni reseñó El sueño eterno de Raymond Chandler
Un buen libro de detectives
3 estrellas
La novela negra por excelencia, teniendo en cuenta que la primera edición es del 1938 no ha envejecido nada mal
Publicado el 11 de Marzo de 2013 por debolsillo.
El Sueño Eterno supuso la fulgurante irrupción de Raymond Chandler (1888-1959) en el ámbito de la novela negra. Tomando como modelo en muchos aspectos a Dashiell Hammett, principalmente en la concepción de esta clase de relatos como reflejo y crítica de una sociedad más que como propuesta de acertijo o enigma a resolver, Chandler inició con su apuesta por su detective Philip Marlowe, con su inconfundible sentido del humor, una de las vetas más ricas del género. En «El sueño eterno» -novela repleta de nervio y de ingeniosos diálogos- es un caso de chantaje el que lleva a Marlowe a asomarse a las alcantarillas de una sociedad en apariencia espléndida.
La novela negra por excelencia, teniendo en cuenta que la primera edición es del 1938 no ha envejecido nada mal
Leer a los autores clásicos de novela negra es para personas como yo, abstemias y acuciadas por una pertinente rinitis alérgica, más peligroso que ser detective privado en el Hollywood de los años 30. Tras cerrar la última página de cualquiera de sus obras uno tiene la apabullante sensación de que ha inhalado más humo de cigarrillos y bebido más güisqui que en cualquier pub de la esquina antes de ser instaurada la Ley seca contra el tabaco. Con las descriptivas y vívidas escenas perpetradas por Chandler hasta sensación tenía de que se me estaba taponando la nariz y lo que más me extrañaba no era que en mitad de la serie de novelas protagonizadas por el ínclito detective éste no muriera como consecuencia de un disparo ejecutado por alguien poco dado a soportar sus chanzas, sino que no se hubiera ido al otro barrio en virtud de una cirrosis …
Leer a los autores clásicos de novela negra es para personas como yo, abstemias y acuciadas por una pertinente rinitis alérgica, más peligroso que ser detective privado en el Hollywood de los años 30. Tras cerrar la última página de cualquiera de sus obras uno tiene la apabullante sensación de que ha inhalado más humo de cigarrillos y bebido más güisqui que en cualquier pub de la esquina antes de ser instaurada la Ley seca contra el tabaco. Con las descriptivas y vívidas escenas perpetradas por Chandler hasta sensación tenía de que se me estaba taponando la nariz y lo que más me extrañaba no era que en mitad de la serie de novelas protagonizadas por el ínclito detective éste no muriera como consecuencia de un disparo ejecutado por alguien poco dado a soportar sus chanzas, sino que no se hubiera ido al otro barrio en virtud de una cirrosis hepática.
“El sueño eterno” es la primera novela de Raymond Chandler y de su figurín particular Philip Marlowe, quien ya en 1935 había sido el protagonista de un relato corto: “Finger man”, que junto con "Killer in the Rain" y "The Curtain" pueden haber sido la base sobre la que el escritor estadounidense crea la trama contenida en la obra y que la divide en dos partes diferenciadas -un inicial chantaje que deviene en asesinato y la posterior búsqueda de una persona desaparecida- aunque perfectamente engarzadas con un final sorpresivo, que engarza de manera perfecta el engranaje de ambas investigaciones. Todo ello si el lector es capaz de alzar su mirada más allá de lo habitual y acertar a comprender la evidente falta de interés que Chandler muestra por rematar cada cabo suelto, centrándose de manera clara en aspectos ya marcados por Hammett en su opera prima “Cosecha roja”, que sirvieron como punto de arranque para la novela negra mucho más alejada de los clichés habituales del género policíaco, y que Chandler llevara a dimensiones magistrales y muy definidas a lo largo de toda su obra. Lo de menos, dentro de unos límites, es el argumento.
Ciertamente en los inicios de Hammett se aprecian sin dificultad todos los componentes de lo que vino a llamarse hardboiled: detective como antihéroe, femme fatale, ambientes excesivos y oscuros, descripciones cáusticas y metódicas, denuncia firme de la corrupción socio-política, diálogos fluidos y sardónicos... pero el marco argumental aún sigue claramente las líneas de la novela clásica de detectives, mostrando su preocupación porque todo esté perfectamente hilado dentro de la investigación y la deducción. De manera pragmática digamos que no soy capaz de imaginarme a Hammett dejando el más mínimo resquicio para que se haga cábalas el lector; lo cual no es en absoluto malo, evidentemente, sino otro enfoque distinto. En este aspecto he de abrazar la libertad creativa de Chandler, a quien prefiero por ser más visceral, sarcástico, irónico y confuso, ¿por qué no?; más centrado en el naturalismo y hasta en ocasiones barroquismo de las descripciones externas más que en la propia trama; más cínico en la presentación de personajes y con una profundidad no siempre fácil de descubrir en Marlowe, al que es necesario conocer más a través de lo que hace que de lo que dice. Me caen la mar de bien sus estupideces y exageraciones, su despabilada autenticidad, porque detrás de su espectacular apariencia (Chandler siempre hubiera preferido en el cine a Cary Grant en lugar de a Bogart) y de ese impertinente y sobrado discurso que recorre la novela como única forma de lograr sobrevivir en un mundo que se escapa entre los dedos, se esconde un ser que no recurre a la violencia gratuita, que intenta ser coherente y justo con las personas que le rodean -incluso con los asesinos a los que no siempre acaba denunciando a la policía-, que es capaz de sacrificarse por sus amigos o por aquellas personas que confían en él más allá de toda razón y lógica, y cuya personalidad se nos hace más compleja y humana en cada una de las posteriores novelas de las que es protagonista. “El largo adiós” es fiel reflejo de ello. ¿Acaso puede ser odioso alguien a quien le relajan el ajedrez y la poesía?
No puedo terminar mi desahogo sobre “El sueño eterno” sin hacer referencia al famoso cabo suelto acerca de la muerte de Owen, el chófer, que aparece en la primera parte de la trama. Hay quien aduce que dicho desliz se debe al uso por parte de Chandler de material reescrito, pero en una novela de 240 páginas, leída por el autor de manera pormenorizada como lo demuestran los dos últimos capítulos donde retoma infinidad de detalles del principio de la obra incluso a nivel descriptivo, ¿no se dio cuenta del clarísimo detalle o es que en realidad, dentro del sentido y de las características de la novela negra, no le concedió la más mínima relevancia? Abogo a que a Chandler le importaba un pimiento. De hecho, en el capítulo 19, cuando se cierra la primera investigación se da por supuesto en los periódicos cuál ha sido la causa de la muerte de Owen y Chandler no pone el más mínimo interés en retomar el tema con posterioridad; también lo da por cerrado, pues su influencia en la resolución de la trama es inexistente.
Cuentan que cuando Hawks quiso llevar al cine la novela de Chandler, sus guionistas con Faulkner a la cabeza se volvieron locos intentando cuadrar el tema pendiente del chófer. Faulkner decidió entonces llamar a Chandler y la respuesta sin tapujos del novelista deja bien a las claras lo que pasaba por su mente y a qué le concedía importancia a la hora de transmitir y narrar: “Pues la verdad es que no tengo ni idea”.