Rafa Poverello valoró Ética promiscua: 4 estrellas

Ética promiscua por Dossie Easton, Janet W. Hardy
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Leo de todo, desde chico, gracias a mi mami maestra que me enseñó que los libros son como un viaje sorpresa a no sabes bien dónde, pero que siempre, o casi siempre, es un disfrute. Mi hermano me odiaba, porque yo encendía la luz del dormitorio bien temprano y se chivaba diciendo que no le dejaba dormir.
Ahora escribo, lo que no quiere decir que sea escritor, y lo hago porque disfruto más aún que cuando leo.
En el #fediverso me podéis encontrar como rafapoverello@hispagatos.space
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"El literato de puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el amor, el problema económico, el desastre cordial de la esperanza, la refriega directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas y las direcciones contrarias de la realidad, nada de esto sacude personalmente al escritor de puertas cerradas".
Esta frase de César Vallejo puede resumir con suma perfección la vida y entrañas del imprescindible autor peruano, para muchos uno de los mayores y más originales poetas de todo el siglo XX.
No debe de ser fácil vivir intentando ser coherente más allá de todo sacrificio, ni como persona ni como creador, pero para clamar sobre esa posibilidad está Vallejo, por mucho que el propio autor dijera de sí mismo en su poema Espergesia que yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave.
Desde el reconocimiento internacional hasta a la …
"El literato de puerta cerrada no sabe nada de la vida. La política, el amor, el problema económico, el desastre cordial de la esperanza, la refriega directa del hombre con los hombres, el drama menudo e inmediato de las fuerzas y las direcciones contrarias de la realidad, nada de esto sacude personalmente al escritor de puertas cerradas".
Esta frase de César Vallejo puede resumir con suma perfección la vida y entrañas del imprescindible autor peruano, para muchos uno de los mayores y más originales poetas de todo el siglo XX.
No debe de ser fácil vivir intentando ser coherente más allá de todo sacrificio, ni como persona ni como creador, pero para clamar sobre esa posibilidad está Vallejo, por mucho que el propio autor dijera de sí mismo en su poema Espergesia que yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave.
Desde el reconocimiento internacional hasta a la crítica más despiadada, desde la posición relativamente acomodada hasta el vagabundeo por falta de los más mínimos recursos económicos... César Vallejo pasó por todas las condiciones que puede un ser humano disfrutar y padecer, todo por no renunciar ni a sus ideas comunistas que le trajeron duros enfrentamientos tanto en su propio país como en oros de adopción como España o Francia, ni a su firme creencia en que había de revolucionar el mundo de la literatura creando obras ahora consideradas sublimes y capitales en la historia de la poesía por el uso del léxico y de neologismos, como su libro Trilce, y que serían acogidos con frialdad y hasta con burla por sus contemporáneos.
Su compromiso socio-político se refleja de manera especial en sus escritos posteriores a los años 30, poemas que serían recopilados por su esposa y publicados de manera póstuma. Un botón de muestra es el conocidísimo Masa, hecho canción por Silvio y Pablo, y que no me resisto a compartir:
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: "¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: "¡Quédate hermano!" Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar...
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No debe de ser nada fácil coger el relevo de un genio. Si a la Marvel se le hubiera ocurrido proponerme, tras la marcha de Frank Miller, la continuación de Daredevil no sabría definir con claridad si buscaban mantener la serie en alza o una cabeza de turco en caso de que la cosa se torciese. El “Love and War” era bueno, pero el “Born Again” con Mazzucchelli a los lápices era inmenso y el mejor cómic de superhéroes que he tenido la oportunidad de leer en mi vida, y muchos han sido.
Eso debió de pensar Ann Nocenti, una novata en el género -con sólo a sus espaldas por aquel entonces algunos números de la olvidada Spider-woman-, mujer para más inri en un mundo dominado por machitos tanto en viñetas como en despachos, y que se encontró con el marrón de hincarle el diente al cuernecitos. Para ello contó …
No debe de ser nada fácil coger el relevo de un genio. Si a la Marvel se le hubiera ocurrido proponerme, tras la marcha de Frank Miller, la continuación de Daredevil no sabría definir con claridad si buscaban mantener la serie en alza o una cabeza de turco en caso de que la cosa se torciese. El “Love and War” era bueno, pero el “Born Again” con Mazzucchelli a los lápices era inmenso y el mejor cómic de superhéroes que he tenido la oportunidad de leer en mi vida, y muchos han sido.
Eso debió de pensar Ann Nocenti, una novata en el género -con sólo a sus espaldas por aquel entonces algunos números de la olvidada Spider-woman-, mujer para más inri en un mundo dominado por machitos tanto en viñetas como en despachos, y que se encontró con el marrón de hincarle el diente al cuernecitos. Para ello contó únicamente con la obvia falta de fe de los propios editores de la Marvel, que no atravesaba uno de sus mejores momentos a finales de los 80, quienes a lo largo de sus primeros números decidieron invertir lo justo y necesario con un impenitente vaivén de dibujantes (algunos muy buenos, como el ínclito Windsor-Smith, o las más que solventes Leonardi y Sal Buscema, y otros de una simpleza tan ignota que no me atrevo ni a nombrarlos) que imposibilitaban el continuismo de las historias mensuales las cuales, por norma general, estaban avocadas a ser autoconclusivas y al recurrente estigma en un cuadro de texto en alguna parte inicial del episodio explicando los orígenes de los desarrollados sentidos del héroe (salvo la vista, claro, que el Diablo de Rojo es invidente).
Pero el caso es que algo debió salirle mal a Jim Shooter, editor jefe por aquel entonces, especialista en llevarse mal con todo el mundo y detonante de la marcha de algunos de sus más reputados artistas a la competencia de DC (el propio Frank Miller, Roy Thomas, John Byrne...), porque lo que le hubiera resultado tal vez un gocoso momento para su conocida faceta ultraderechista: destituir como guionista a la reconocida activista de izquierdas Nocenti por malas ventas, se transformó poco a poco y ya de inmediato con la llegada para quedarse del excelente John Romita Jr. En la segunda mejor etapa de Daredevil.
Ya en un inicio, Noncenti no se pudo resistir a la despiadada crítica hacia determinadas posturas gubernamentales, de empresas de influyentes sectores o políticas sociales, pero lo hacía con cuentagotas, posiblemente recurriendo a la sensatez de al menos no dar demasiados quebraderos de cabeza a la editorial desde la primera viñeta. La cosa se fue poniendo cada vez más peliaguda, a partir de incisivas historias, ya con John Romita Jr. a la pluma, partiendo de un enfoque muy humano y profundo del honrado abogado de pobres Matt Murdock (Daredevil en sus ratos libres o al revés), sus dilemas morales, personales y conflictos con los poderosos, que casi siempre toman forma en la imagen rotunda y oronda de Kingpin. Los varios episodios dedicados al solidario vertido tóxico de una de sus empresas y que dejan ciego a un niño seguro que fueron del agrado de muchas de las multinacionales del sector, muy en boga por entonces por su respeto incondicional al medio ambiente. Pero ya era tarde para echarse las manos a la cabeza; a pesar de los múltiples problemas con la editorial todos sabemos que “la pela es la pela” y las ventas del Daredevil de Nocenti y Romita no sólo no decaían sino que merecían la pena.
El punto álgido llegó con la saga de María Tifoidea, una heroína, ni buena ni mala, nada al uso que respondía a la necesidad de Nocenti de dar la influencia que se merece el género femenino en los cómics y que, partiendo de algunas líneas similares que dieron origen a Elektra, crea un personaje triste, complejo, sujeto de lástima y de compasión que conduce a Daredevil a un infierno que casi no fue capaz de imaginar Miller. Obligada por contrato, la guionista tuvo que plegarse de vez en vez a las habituales nociones de venganza, violencia y luchas sin cuartel tan precisas para la Marvel, pero jamás desoyó su fuero interno y en su amnésico periplo por Estados Unidos el Diablo en el Infierno topa y afronta todo tipo de situaciones sangrantes, que lo van transformando, pero en las cuales muchas veces es mero observador o colaborador silencioso, algo muy poco habitual en este género, desde la experimentación científica pasando por el maltrato animal y los movimientos animalistas sin olvidar uno de los últimos episodios en los que el héroe patriótico por excelencia: El capitán América critica la política exterior intervencionista de su país especialmente en Latinoámerica.
Para quien diga que la Nocenti no entendió nunca el personaje creado por Stan Lee y Bill Everett, en el último volumen de la serie: “El ocaso de los ídolos” -lastrado en parte por un nuevo ir y venir de artistas y algún que otro episodio quizá en exceso simbólico- el regreso del héroe, en todos los sentidos, a la cocina del infierno demuestra todo lo contrario. Eso sí, a quien se le ocurrió la obstusa idea de introducir en este tomo el Annual 4 USA de los años 60, fuera de contexto y de toda lógica, es para mandarlo a galeras.
No es el Daredevil de Nocenti recomendable para todos los amantes del género de superhéroes, pues no se parece en absoluto a lo que uno suele esperarse en los cómics de Marvel, pero la originalidad de su planteamiento, la libertad expresiva de su autora y la exquisita saga de María Tifoidea lo hacen una lectura necesaria e irrenunciable para quienes saben encontrarle gusto a la diferencia, al esfuerzo, a la ruptura de cánones... para quienes gocen de unos sentidos tan despiertos como Daredevil.
“Lo más fatal que un hombre puede tratar de hacer es estar solo”. Dolorido lo comparte Copeland, el médico negro que da igual los títulos que tenga, pues, como el inspector Virgil de 'En el calor de la noche', es negro y eso basta para no ser digno y ser apaleado. Su único recuerdo agradable de un blanco es que uno se le acercara en un bar a darle fuego. Lo más triste del asunto es que la frase la suelta un hombre que se siente terriblemente solo, aun rodeado de gente, como cada uno de las almas errantes que pululan por esta tierna y dolorosa obra coral sobre el amor, la pérdida y la incomunicación.
Da igual que esa pérdida con la que decide sorprendernos la vida sea la de un ser querido, la de la inocencia, la de la fe en la justicia o en el sentido de …
“Lo más fatal que un hombre puede tratar de hacer es estar solo”. Dolorido lo comparte Copeland, el médico negro que da igual los títulos que tenga, pues, como el inspector Virgil de 'En el calor de la noche', es negro y eso basta para no ser digno y ser apaleado. Su único recuerdo agradable de un blanco es que uno se le acercara en un bar a darle fuego. Lo más triste del asunto es que la frase la suelta un hombre que se siente terriblemente solo, aun rodeado de gente, como cada uno de las almas errantes que pululan por esta tierna y dolorosa obra coral sobre el amor, la pérdida y la incomunicación.
Da igual que esa pérdida con la que decide sorprendernos la vida sea la de un ser querido, la de la inocencia, la de la fe en la justicia o en el sentido de la existencia... todas y cada una de ellas aparecen en alguno de los protagonistas de corazón solitario: Biff, Mick, Jake Blount, Willie, el indescriptible Mr. Singer. Da igual la pérdida, lo importante es si hay forma de vivir tras ella en un mundo febril que nos aísla y nos intenta anclar de manera inexorable en el desánimo y el individualismo. Sintomáticamente, el único ser de toda la obra capaz de comprender hasta el límite y con quién mejor se puede conversar es un sordo(mudo). Y paradigmática es también la explicación melancólica de Biff de por qué abre su negocio de madrugada, cuando ni le merece la pena el esfuerzo: “La noche era el momento. Estaban aquellos a los que de otro modo jamás vería”. Impotente soledad. Tal vez esto es lo peor de ese cazador solitario llamado corazón, que le es imposible ser gregario aunque sea esa la única forma llevadera de sobrevivir a la pérdida de la “presa”. Está condenado a tener espíritu de guepardo contenido en un cuerpo de león. Un absoluto desastre.
Afortunadamente McCullers comprende que los mejores frutos y flores nacen gracias al estiércol y su sentimiento timbrado y profundo se acerca más al rousseauniano de Hawthorne o Steinbeck que al descorazonador de Faulkner o Céline. Ni en lo hondo del dolor o del infierno más humanamente insuperable la escritora sureña renuncia a la ternura: “el médico aguardaba la aparición de la negra, de la terrible cólera como la de una bestia que surge en medio de la noche (…) Descendió a las profundidades hasta que finalmente no quedó más abismo. Tocó el sólido fondo de la desesperación, y se sintió algo aliviado.//En ello conoció cierta fuerza y una sagrada alegría. El perseguido se ríe, y el esclavo negro canta para su alma ultrajada bajo el látigo. Una canción sonaba en su interior ahora...” Pocas veces he tenido la dicha de gozar de unos textos en los que se entremezclen de manera tan sutil como apasionada el sufrimiento de la realidad con el ser humano interior que también somos y que es capaz de elevarse y sobrevivir por encima de la tragedia. He de reconocer no obstante, para no llevar a engaño a futuribles lectores, que tampoco es que encuentre uno exceso de consuelo en ello ni en la suposición nada errónea de lo que adviertes que está por venir.
El inicial estilo pausado y sin ahogos de McCullers colabora notablemente a que la narración fluya con naturalidad. Si bien en la primera parte de la novela puede atenazarnos esa sensación incómoda de no avanzar, su descripción situacional y episódica es imprescindible para alcanzar ese punto difícil y necesario de sentir, sufrir, comprender, derramarte con unos personajes tan dramáticamente humanos. De manera particular con Singer, enamorado de fidelidad exquisita en una relación de claro componente homosexual, extraña y hermosa, que atraviesa de manera trasversal toda la obra; John Singer, principio y fin de cada una de sus páginas, esté o no presente, protagonista de un prólogo cuya profundidad no se alcanza del todo a comprender hasta que casi se está cerrando el libro, y dónde después de él todo es un profundo y desolador epílogo.
La intensidad, explosión y cochura del estilo crítico de McCullers en lo tocante al racismo, al individualismo, a la desesperanza obligada de las clases pobres y, de manera mucho más concreta, su enfoque directo y nada velado hacia un tema tabú como la homosexualidad no serían comprensibles sin la propia historia personal de la que aparecen constantes referencias a lo largo de esta su primera novela: su nacimiento en una familia de clase media del sur, el piano y el amor por la música de la adolescente Mick compartido por la escritora, la profesión en común del padre de ambas -joyero-, el sentimiento constante de pérdida e impotencia seguramente marcado a fuego por sus constantes enfermedades y recaídas... y cómo no, su asumida homosexualidad que la llevó a tener varias relaciones con mujeres -incluida la mantenida con la otra excelente sureña Anne Porter- a pesar de haber contraído un conveniente matrimonio. En una sociedad tan estúpidamente puritana y clasista como la norteamericana de los años 40 la impertinente osadía de McCullers sólo es posible desde su recóndita soledad y su sentimiento de incomprensión. Sólo desde otro cazador solitario.
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