Rafa Poverello reseñó Daredevil 4 de John Romita Jr.
La saga políticamente incorrecta
No debe de ser nada fácil coger el relevo de un genio. Si a la Marvel se le hubiera ocurrido proponerme, tras la marcha de Frank Miller, la continuación de Daredevil no sabría definir con claridad si buscaban mantener la serie en alza o una cabeza de turco en caso de que la cosa se torciese. El “Love and War” era bueno, pero el “Born Again” con Mazzucchelli a los lápices era inmenso y el mejor cómic de superhéroes que he tenido la oportunidad de leer en mi vida, y muchos han sido.
Eso debió de pensar Ann Nocenti, una novata en el género -con sólo a sus espaldas por aquel entonces algunos números de la olvidada Spider-woman-, mujer para más inri en un mundo dominado por machitos tanto en viñetas como en despachos, y que se encontró con el marrón de hincarle el diente al cuernecitos. Para ello contó …
No debe de ser nada fácil coger el relevo de un genio. Si a la Marvel se le hubiera ocurrido proponerme, tras la marcha de Frank Miller, la continuación de Daredevil no sabría definir con claridad si buscaban mantener la serie en alza o una cabeza de turco en caso de que la cosa se torciese. El “Love and War” era bueno, pero el “Born Again” con Mazzucchelli a los lápices era inmenso y el mejor cómic de superhéroes que he tenido la oportunidad de leer en mi vida, y muchos han sido.
Eso debió de pensar Ann Nocenti, una novata en el género -con sólo a sus espaldas por aquel entonces algunos números de la olvidada Spider-woman-, mujer para más inri en un mundo dominado por machitos tanto en viñetas como en despachos, y que se encontró con el marrón de hincarle el diente al cuernecitos. Para ello contó únicamente con la obvia falta de fe de los propios editores de la Marvel, que no atravesaba uno de sus mejores momentos a finales de los 80, quienes a lo largo de sus primeros números decidieron invertir lo justo y necesario con un impenitente vaivén de dibujantes (algunos muy buenos, como el ínclito Windsor-Smith, o las más que solventes Leonardi y Sal Buscema, y otros de una simpleza tan ignota que no me atrevo ni a nombrarlos) que imposibilitaban el continuismo de las historias mensuales las cuales, por norma general, estaban avocadas a ser autoconclusivas y al recurrente estigma en un cuadro de texto en alguna parte inicial del episodio explicando los orígenes de los desarrollados sentidos del héroe (salvo la vista, claro, que el Diablo de Rojo es invidente).
Pero el caso es que algo debió salirle mal a Jim Shooter, editor jefe por aquel entonces, especialista en llevarse mal con todo el mundo y detonante de la marcha de algunos de sus más reputados artistas a la competencia de DC (el propio Frank Miller, Roy Thomas, John Byrne...), porque lo que le hubiera resultado tal vez un gocoso momento para su conocida faceta ultraderechista: destituir como guionista a la reconocida activista de izquierdas Nocenti por malas ventas, se transformó poco a poco y ya de inmediato con la llegada para quedarse del excelente John Romita Jr. En la segunda mejor etapa de Daredevil.
Ya en un inicio, Noncenti no se pudo resistir a la despiadada crítica hacia determinadas posturas gubernamentales, de empresas de influyentes sectores o políticas sociales, pero lo hacía con cuentagotas, posiblemente recurriendo a la sensatez de al menos no dar demasiados quebraderos de cabeza a la editorial desde la primera viñeta. La cosa se fue poniendo cada vez más peliaguda, a partir de incisivas historias, ya con John Romita Jr. a la pluma, partiendo de un enfoque muy humano y profundo del honrado abogado de pobres Matt Murdock (Daredevil en sus ratos libres o al revés), sus dilemas morales, personales y conflictos con los poderosos, que casi siempre toman forma en la imagen rotunda y oronda de Kingpin. Los varios episodios dedicados al solidario vertido tóxico de una de sus empresas y que dejan ciego a un niño seguro que fueron del agrado de muchas de las multinacionales del sector, muy en boga por entonces por su respeto incondicional al medio ambiente. Pero ya era tarde para echarse las manos a la cabeza; a pesar de los múltiples problemas con la editorial todos sabemos que “la pela es la pela” y las ventas del Daredevil de Nocenti y Romita no sólo no decaían sino que merecían la pena.
El punto álgido llegó con la saga de María Tifoidea, una heroína, ni buena ni mala, nada al uso que respondía a la necesidad de Nocenti de dar la influencia que se merece el género femenino en los cómics y que, partiendo de algunas líneas similares que dieron origen a Elektra, crea un personaje triste, complejo, sujeto de lástima y de compasión que conduce a Daredevil a un infierno que casi no fue capaz de imaginar Miller. Obligada por contrato, la guionista tuvo que plegarse de vez en vez a las habituales nociones de venganza, violencia y luchas sin cuartel tan precisas para la Marvel, pero jamás desoyó su fuero interno y en su amnésico periplo por Estados Unidos el Diablo en el Infierno topa y afronta todo tipo de situaciones sangrantes, que lo van transformando, pero en las cuales muchas veces es mero observador o colaborador silencioso, algo muy poco habitual en este género, desde la experimentación científica pasando por el maltrato animal y los movimientos animalistas sin olvidar uno de los últimos episodios en los que el héroe patriótico por excelencia: El capitán América critica la política exterior intervencionista de su país especialmente en Latinoámerica.
Para quien diga que la Nocenti no entendió nunca el personaje creado por Stan Lee y Bill Everett, en el último volumen de la serie: “El ocaso de los ídolos” -lastrado en parte por un nuevo ir y venir de artistas y algún que otro episodio quizá en exceso simbólico- el regreso del héroe, en todos los sentidos, a la cocina del infierno demuestra todo lo contrario. Eso sí, a quien se le ocurrió la obstusa idea de introducir en este tomo el Annual 4 USA de los años 60, fuera de contexto y de toda lógica, es para mandarlo a galeras.
No es el Daredevil de Nocenti recomendable para todos los amantes del género de superhéroes, pues no se parece en absoluto a lo que uno suele esperarse en los cómics de Marvel, pero la originalidad de su planteamiento, la libertad expresiva de su autora y la exquisita saga de María Tifoidea lo hacen una lectura necesaria e irrenunciable para quienes saben encontrarle gusto a la diferencia, al esfuerzo, a la ruptura de cánones... para quienes gocen de unos sentidos tan despiertos como Daredevil.