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reseñó El tercer Policía de Flann O'Brien

Flann O'Brien: El tercer Policía (Paperback, 2006, Nórdica Libros) 5 estrellas

Muchas son las razones que hacen de El Tercer Policía una novela singular. El título …

Después de la risa

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Dentro del breve tránsito que recorre el ser humano por la vida, dos situaciones no tienen parangón en lo referente a la dicha plena: una, conseguir mear tras más de media hora orinándote vivo, y dos, que algo sea tan rematadamente bueno como esperas que sea. Mi reseña nada tiene que ver con la próstata y sí mucho con el segundo punto. “El tercer policía” es mejor de lo que esperaba que fuera, y mis expectativas eran muy altas, lo que en literatura suele ser un craso error.

Es de justicia comenzar reconociendo que lo que comparto no es sino un indigno epíteto a la inapelable reseña que escribió en su día el usuario Faulkneriano en la web Sopa de libros, sobre una de las obras de O'Brien, “La crónica de Dalkey”, con el preciso nombre de El tercer mosquetero, y que es la que os animo a gozar. Compartiendo elogios acerca de este tercer mosquetero relata Guillermo Cabrera en el prólogo: “O'Brien es el más grande escritor irlandés desde James Joyce (no, no me olvido de Samuel Beckett)”. Lo que en un inicio se me antojó atrevimiento se transformó en una especie de irreal certeza tras leer la última línea del libro.

Podríamos simplificar, como me sucedió a mí en un primer momento, y calificar la obra de O'Brien como un maravilloso y calculado rosario de memeces mientras recordamos a Groucho, al primer Woody Allen, a lo absurdo del Godot de Beckett, del Pic-nic de nuestro incomprendido Arrabal o de la Cantante Calva de Ionesco. Yo lo hice, riéndome a mandíbula batiente con la Teoría atómica, según la cual, de tanto compartir espacio, tiempo y lugar los átomos de una bicicleta y los del ciclista acaban compartiendo sentimientos y formas de ser de tal forma que resulta cuasi imposible distinguir al uno del otro: “Tuvimos que ahorcar a la bicicleta (…). ¿Ha visto usted alguna vez un ataúd con forma de bicicleta?”; y troncharte aún más con el inverosímil personaje de De Selby, físico, filósofo y matemático de experimentos tan cáusticos como ridículos. Pero la prosa del irlandés es tan fluida y realista, tan sorprendentemente natural y espontánea, tan de medidas anotaciones históricas que acabas convenciéndote a pie juntillas de que la Teoría atómica ha sido contrastada empíricamente por algún equipo de expertos norteamericanos (quiénes si no) y que De Selby es más real aún que mi propia existencia.

Pero el libro va entrando... y llega ahí un segundo momento en el que es bien cierto que rememoras los otros mundos irreales y amorfos de la Alicia de Carroll, la Dorothy del Mago de Oz e incluso el Momo de Ende, y de repente, en cada inicio de capítulo, De Selby se transforma en el cicerone de nuestro cínico protagonista como un idéntico Virgilio acompañando a Dante a las puertas del Hades. Ves entonces que algo no cuadra con el simple absurdo e intuyes con una claridad supina que las cosas, personajes y situaciones que rodean la historia no son lo que parecen, porque te sigues riendo, pero ya bastante menos, y junto a los clásicos de los que hemos echado mano te da por pensar en lo que no es tan gracioso en Beckett o en Arrabal, pues empieza a tocarte la moral y justo me viene a la mente como un relámpago el castigo inmenso que hubo de sufrir Raskólnikov.

Y así sin querer queriendo alcanzamos el punto tres. Cuando apenas te quedan 60 páginas, hallándote entre la risa y el espasmo, descubres que O'Brien te ha estado tomando el pelo y que de absurdo nada, ni una puñetera coma, todo ha sido escalofriante y radical surrealismo. Del de verdad, sin sacar de contexto el término primigenio, y de manera límpida “la parte posterior de mi cuerpo -nuca, orejas, espalda, cogote- se encogió y estremeció dolorosamente ante la presencia a la que se enfrentaba”, según palabras diestras del escritor. Ya tiempo antes de ese instante olvidaste a Beckett -por ejemplo- e involucionas en el tiempo. Yo recordé tres obras fundamentales de 1930, allá en el inicio del movimiento surrealista, pues por cada una de ellas cobran sentido las metáforas de “El tercer policía”: “Límite”, de Peixoto, cuyos penitentes vagan en barca sobre la muerte del mar; “La edad de Oro”, de Buñuel, con su cuestionamiento de lo políticamente correcto; “La sangre de un poeta”, de Cocteau, y su necesidad de dirimir los propios miedos y angustias. La bicicleta no es la bicicleta, leches... Y ya no me hace tanta gracia. Ni mijita.

¿Y qué nos queda? Reflexiono, pienso que todos los autores y textos clásicos que he recordado mientras disfrutaba de O'Brien (a excepción de Allen) son bastante anteriores al autor, pero ni se me pasa por la mente que la novela sea una parca amalgama de estilos, formas y movimientos ampliamente superados. Digamos que “El tercer policía” (¿homenaje a Greene, por cierto?) es una literatura sinérgica, pues es mucho más que la suma de sus partes y se me ocurre compartir esta apoteósica descripción, como si sirviera de demostración de la exquisita y excéntrica pluma de O'Brien: “Un hombre constitutivo -dijo el sargento-, en gran medida coadyuvante pero volublemente fervoroso”. Nada.

“Al infierno se va por atajos”, cantaba Sabina. Después de la risa, O'Brien es uno de ellos.

Gracias, @nacho, a mí me encantó, pero sé consciente de que es un libro raro, muy raro, aunque buenísimo y de lo más original que he leído en mi vida.

O'Brien tiene otra novela, que esa sí que no se la recomiendo a nadie so pena de que me manden paquetes bomba, aunque también es muy buena, cuyo título ya lo dice todo de su rareza: En nadar-dos-pájaros. Creo que también hice en su día una reseña. Toda llena de simbolismos y cosas que solo entienden en Irlanda, jeje.