Pero, una vez soltada aquella estupidez, cayó en la cuenta de que había dicho algo sin pies ni cabeza, y de inmediato sintió la necesidad de demostrar a sus interlocutores y, lo que es peor, de demostrarse a sí mismo que lo dicho no era ninguna tontería. Y, aunque sabía de sobra que con cada palabra no haría sino añadir un nuevo disparate, y aún mayor, a los anteriores, se lanzó cuesta abajo, incapaz ya de contenerse.
— Los hermanos Karamázov por Fyodor Dostoevsky (Página 143)
En 1880 ya había twitteros
