Calvin y Hobbes es sin duda uno de mis lugares felices. En sus tiras caben desde pequeños gags que te arrancan una sonrisa hasta profundas reflexiones que te dejan pensando un buen rato. Calvin es un niño travieso que en ocasiones llega a ser odioso, un Bart Simpson antes de Bart Simpson. Pero Hobbes es todo lo que hay de bueno en él, su lado más domesticado aunque paradójicamente sea un tigre salvaje de tamaño considerable. Según Calvin vaya madurando irá adquiriendo poco a poco más rasgos de Hobbes hasta que éste vuelva a ser un simple tigre de peluche. Además de lo que me gustan las propias tiras, Calvin y Hobbes es también reseñable por la integridad de Watterson. Un artista que luchó por mantener el control de su obra y que renunció las millonadas que le habrían pagado si aceptase haber vendido sus derechos al mejor postor.