Creo que pensar en John Gray es como hacerlo con Michel Onfray, en el sentido en que ambos son filósofos que discuten desde el ateísmo y hacen una crítica a los sistemas de creencias de nuestro tiempo y sus consecuencias éticas y políticas. Además, ambos usan un lenguaje accesible y, acaso no serán tan aparentemente inescrutables pero con sencillez se aproximan a problemas ontológicos contempoeráneos. Esta lectura resulta estimulante, sobre todo por el carácter crítico con relación al rescate del realismo contra el utopismo que el laicismo hereda del cristianismo primitivo, sobre todo, el apocalíptico.

Este libro entra en el debate acerca del aspecto de la Modernidad como proyecto político y cultural que no termina de deshacerse de sus influencias ontoteológicas cristianas. En esta paradoja -que Gray explica a lo largo del libro- se colocan los problemas contemporáneos que precarizan la condición de los pueblos a largo plazo.

A diferencia de otros críticos como Carl Schmitt o filósofos como Hans Blumenberg, Gray parece dar por sentada la genealogía ontoteológica de la Modernidad como un conflicto que no podrá ser superado o resuelto. La crítica a la idea de progreso en el pensamiento moderno y la necesidad de lidiar con la diversidad de perspectivas (indeseables para el pensamiento de los filósofos modernos y posmodernos) es, para Gray, una premisa incuestionable.