Manuel Monroy Correa terminó de leer Carne picada de Leonardo Lucarelli
La cocina como supervivencia que soporta el lastre existencial; la cocina es una cueva de Adulam donde se reunen los poscritos de sí fuera de ella; es un sopor inmanente inyectado de certidumbres prácticas donde los ideales democráticos son menos que un adorno en los platillos. La exterioridad es una flacidez; la inmanencia de la cocina (o la cocina inmanente -esto da para otra charla-) es un ancla no feliz pero sí fortuita donde y cuando el sentido es el presente.
Con tono desenfadado, esta novela narra una autobiografía. Es una combinación de lecciones gastronómicas al vuelo y supervivencia en el mundo pragmático de la restauración. Es notable -aunque no necesariamente meritorio- que el tono cambie justo cuando el personaje parece «sentar cabeza». Es un aterrizaje lento y «campechaneado» (por no hallar otra palabra por el momento, esta, coloquial, me resulta muy adecuada) pero, al fin, un retrato sin idealismos y de cosas muy presentes del lado de la pasión.