Manuel Monroy Correa terminó de leer El Dios de Los Brujos de Margaret A. Murray
Este fue un encuentro casual, en una biblioteca pública cerca de un trabajo que tenía hace varios años ya. Me pareció atractiva la forma en que Murray relacionaba las prácticas comunes de la gente procesada por brujería con creencias locales en hadas y otras figuras de los lugares. Me sorprendió esa apuesta por considerar el supuesto culto a Satanás como la supervivencia de un culto al «dios cornudo», cuyos vestigios se hallan en pinturas rupestres y más tarde en el panteón celta. Murray así construye su tesis: de la crítica a la satanización de la inquisición hasta decir que la brujería era la supervivencia de un antiguo culto al dios cornudo.
Tiempo después me enteré de que sus tesis fueron refutadas a finales del s. XX y que, en su tiempo, influyó fuertemente en figuras como Gerald Gardner, Doreen Valiente y otras. El primero utilizó las tesis de Murray para construir su religión de brujería, la Wicca, como pretendiendo configurar el culto antiguo.
Entre las cosas que otros ven como meritorias, están la crítica a la satanización, el rescate del vínculo con prácticas tradicionales y relatos locales. Su lectura abrió mi curiosidad por ver en la brujería algo distinto de su interpretación casual, como una semilla que habría de permanecer guardada por un tiempo.