Manuel Monroy Correa terminó de leer Naná de Émile Zola
Como marco estético que finaliza el s. XIX, desde el movimiento romántico, Naná pretende no dejar injustificado ningún detalle que la hipocresía de sus personajes pueda ocultar. Lo más significativo no es este aspecto estilístico sino la inserción del relato en la noción de Modernidad que estos autores tenían y que confirma la noción de corrupción que el mundo ficcional presenta. Tal como Zola pensaba, la novela es experimental a la manera de un descubrimiento científico cuya regla se codifica en la descripción del ambiente. Una cosa que llevaría a otra. Pareciera, pues, que la apuesta va hacia la perspectiva de que es «natural» que los grupos sociales mienten desde su condición normativa y se animalizan a la más mínima provocación. Naná, como personaje y en este caso, no miente nunca y Zola la hace ver como si dejara salir el potencial de toda «corrupción» de normatividad social (¿fatal emancipación?), al fin, perecedera aunque no feliz. De hecho, Naná misma es un personaje nihilista. Este elemento ya contradice un poco la noción de «experimento» y desarrollar «sin presupuestos» una historia (cosa imposible, además) novelada. Zolá consideraría que Naná tiene el poder, por su género y su sexo, de descarnar la hipocresía y de arruinar los estatutos de clase.