Durante la noche inmóvil, la catedral de Baeza, en lo más alto del cerro de la comarca, desafía al resto de la pequeña ciudad amurallada y su torre supera a los tejados hasta llegar tan alto que, con sus fustes de granito y caracteres góticos, parece un gigante dormido. Cuando despierta, al alba, sus campanas repican para regular la vida del pueblo, pero hasta entonces los lugareños aguardan en sus sueños. Solo los noctámbulos salen a buscar la luna.
Durante la noche solitaria, la luna es el oráculo de los náufragos. Las leyes que rigen el cielo, donde siempre se divisa este hado, contienen tanto misterio que, hasta el último de los desamparados, el más pequeño de los seres, puede hallar respuestas propias de una galaxia. En el corazón de Baeza, los cuatro noctámbulos de Supersubmarina se han convertido en los ojos que los miran, pero ellos miran la luna. De su luz esperan una señal. Un destello, quizá. No más.
— Algo que sirva como luz por Fernando Navarro (Página 356)