Rafa Poverello empezó a leer La vida sin maquillaje

La vida sin maquillaje
Tras rememorar su infancia en "Corazón que ríe, corazón que llora", Maryse Condé retoma el camino de su vida y …
Leo de todo, desde chico, gracias a mi mami maestra que me enseñó que los libros son como un viaje sorpresa a no sabes bien dónde, pero que siempre, o casi siempre, es un disfrute. Mi hermano me odiaba, porque yo encendía la luz del dormitorio bien temprano y se chivaba diciendo que no le dejaba dormir.
Ahora escribo, lo que no quiere decir que sea escritor, y lo hago porque disfruto más aún que cuando leo.
En el #fediverso me podéis encontrar como rafapoverello@hispagatos.space
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¡44% terminado! Rafa Poverello ha leído 22 de 50 libros.
Tras rememorar su infancia en "Corazón que ríe, corazón que llora", Maryse Condé retoma el camino de su vida y …
Insolación, de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), fue en su época una novela escandalosa. El tema se consideraba escabroso y, por …
Insolación, de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), fue en su época una novela escandalosa. El tema se consideraba escabroso y, por …
Si hace varios años a alguna persona bien aficionada a la lectura se le hubiera ocurrido hablarme de Coetzze, mi respuesta me habría dejado absolutamente en ridículo poniendo al descubierto mi tosquedad literaria: -¿Qué es un nuevo sabor de helado?
Por fortuna para mí, otro tosco amigo, en variadas ocasiones ironizaba con sarcasmo en mi presencia sobre la tesis doctoral de su futura (y actual) esposa sobre ni Dios sabe qué escritor sudafricano. Los rebotes de ella eran manifiestos y, como soy en extremo curioso y muy dado a conocer lo desconocido, le pregunté por el nombre, sus obras, su vida y me faltó exigirle sus medidas anatómicas: J. M. Coetzze. También por fortuna para mí, Marichús, que se llama la susodicha, me tiene en alta estima en lo referente a mi bagaje cultural y, ni corta ni perezosa, me regaló "Desgracia". Tardé en leerlo algo más de lo que …
Si hace varios años a alguna persona bien aficionada a la lectura se le hubiera ocurrido hablarme de Coetzze, mi respuesta me habría dejado absolutamente en ridículo poniendo al descubierto mi tosquedad literaria: -¿Qué es un nuevo sabor de helado?
Por fortuna para mí, otro tosco amigo, en variadas ocasiones ironizaba con sarcasmo en mi presencia sobre la tesis doctoral de su futura (y actual) esposa sobre ni Dios sabe qué escritor sudafricano. Los rebotes de ella eran manifiestos y, como soy en extremo curioso y muy dado a conocer lo desconocido, le pregunté por el nombre, sus obras, su vida y me faltó exigirle sus medidas anatómicas: J. M. Coetzze. También por fortuna para mí, Marichús, que se llama la susodicha, me tiene en alta estima en lo referente a mi bagaje cultural y, ni corta ni perezosa, me regaló "Desgracia". Tardé en leerlo algo más de lo que Usain Bolt corre los 200m.
Y lo curioso es que ni hoy por hoy podría resumir a ciencia cierta de qué trata, porque la novela es tan intensamente profunda y devastadora que nos sugiere y enmarca a cada habitante del mundo; en esa mierdecilla que somos, pero que se niega a creerse merecedora de la más nimia de los desgracias o a atreverse a ver como tal aquello que, con nuestro desprecio a la vida, a la dignidad, al resto de mortales..., nos hemos ganado a pulso. Cada une de nosotres somos David Lurie, en su pecado y en su virtud, y eso nos ha de hacer tener esperanzas en la reconciliación, en el perdón, en el abandono de la culpa...
Y la película de Jacobs tiene pase, por qué no, pero no le llega al libro ni al betún de los zapatos (a la suela, sí).
Comenta Fernando Villalobos en el prólogo que, en 1983, al actor Peter O’Toole le dio por leer, sin previo aviso, durante la reapertura del Gaiety Theatre de Dublín algunos fragmentos de «Una humilde propuesta». Se le ocurrió llevar a efecto su brillantísma idea delante de políticos, representantes de la cultura y otras personas de relevancia social. Cierto que al ínclito actor irlandés le perseguía un poco su fama de díscolo y de l’enfant terrible, pero los oídos bondadosos, tiernos, castos y solidarios que completaban el auditorio aquella noche no fueron capaces de soportar la despiadada sátira que representa el pequeño ensayo del no menos díscolo Jonathan Swift. Tras algunos momentos de asombro y malestar (lo mismo estirándose los lazos de sus corbatas o limpiándose el sudor copioso de sus frentes ilustres), muchos fueron abandonando el patio de butacas repletos de indignación.
Justo a finales de ese mismo año, 1983, el …
Comenta Fernando Villalobos en el prólogo que, en 1983, al actor Peter O’Toole le dio por leer, sin previo aviso, durante la reapertura del Gaiety Theatre de Dublín algunos fragmentos de «Una humilde propuesta». Se le ocurrió llevar a efecto su brillantísma idea delante de políticos, representantes de la cultura y otras personas de relevancia social. Cierto que al ínclito actor irlandés le perseguía un poco su fama de díscolo y de l’enfant terrible, pero los oídos bondadosos, tiernos, castos y solidarios que completaban el auditorio aquella noche no fueron capaces de soportar la despiadada sátira que representa el pequeño ensayo del no menos díscolo Jonathan Swift. Tras algunos momentos de asombro y malestar (lo mismo estirándose los lazos de sus corbatas o limpiándose el sudor copioso de sus frentes ilustres), muchos fueron abandonando el patio de butacas repletos de indignación.
Justo a finales de ese mismo año, 1983, el gobierno de coalición irlandés aprobaba la Octava Enmienda a la Constitución, que reconocía el derecho a los nonatos y que llevaba debatiéndose desde un par de años antes. No podía ser pues más oportuna la proposición de Swift elaborada cerca de dos siglos y medio antes y que trataba de dar salida útil a los niños y niñas nacidos en situaciones de indigencia cuyos progenitores seguramente iban a ser incapaces de mantener y bajo ningún concepto podían ser una carga para las arcas públicas y el resto de la sociedad.
No es mi intención destripar la ávida propuesta del escritor irlandés, pero si en el caso hipotético de que cualquiera de los Bardem se pusiera a proclamar a día de hoy en una Gala de los Goya algunas de las conclusiones de Swift, cualquier juez de pro, o la Ministra de Cultura de turno, o el presidente de la Academia pedirían su cabeza como si estuviéramos, justamente, en 1729, cuando se escribió el ensayo. Si fuera Guillermo Toledo lo mismo ya serían palabras mayores.
Al día siguiente, en la prensa, M. Rajoy y allegados, y la derecha más rancia y hasta cualquier líder de una supuesta izquierda que se dice anticapitalista pero se resiste a perder el más mínimo privilegio llenarían sus perfiles de redes sociales con vilipendios y elatas muestras de desprecio. Serían probablemente los mismos que apoyan el asesinato de niños en la guerra de Siria con sus exportaciones de armas; o quienes permiten que tiernos infantes se congelen de frío en los campos de refugiados de Grecia al negarles visados; o que otros mueran aplastados bajo las ruedas de los camiones por tratar de buscar una vida mejor en este Occidente que quiere hacer suyo el mundo… Por eso, esos politicuchos de tres al cuarto no soportan la sátira, igual que aquellos a los que dirigiera su ofensa Swift y a los que lastimara O’Toole con su inoportuna puesta en escena, porque lo que supone un broma para otros (que ya hicieran cientos de propuestas mejores, como fue en el caso de Swift en «A short view of the state of Ireland» tres años atrás ) es verdad y sarcasmo para ellos, para sus vidas tan dignas, tan buenas, tan impolutas.
Al inicio de otra obra certeramente satírica, «La conjura de los necios», publicada de manera póstuma apenas unos años antes del espectáculo de O’Toole en el Gaiety Theatre, su autor John Kennedy Toole (otra curiosa coincidencia) transcribía una frase de Jonathan Swift: «cuando aparece un gran genio en el mundo se le puede reconocer por esta señal: todos los necios se conjuran contra él». Habemus nescii. Una 'jartá'. Amemos la sátira. No va a llevar su lectura más de un cuarto de hora.
No voy a ser tan lerdo como para pretender descubrir a nadie, a estas alturas de la película, la novela clásica de ciencia ficción Los desposeídos ni a su autora Ursula K. Le Guin, fallecida en 2018 de un infarto de miocardio, quien posee la triste distinción de ser la primera mujer galardonada como Gran Maestra por la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos. Triste no porque no se lo mereciera, sino porque parece ser que ninguna mujer se mereció tal privilegio hasta 2003.
Por si alguien no lo sabe (aspecto bastante dudoso), Los desposeídos, libro que forma parte del universo de Ekumen creado por la escritora estadounidense, narra la historia de las gentes de un planeta, Urras, y de su satélite, Anarres; el primero fundamentado en un sistema capitalista y el segundo, formado por personas provenientes del destierro, en el pensamiento anarquista y libertario. …
No voy a ser tan lerdo como para pretender descubrir a nadie, a estas alturas de la película, la novela clásica de ciencia ficción Los desposeídos ni a su autora Ursula K. Le Guin, fallecida en 2018 de un infarto de miocardio, quien posee la triste distinción de ser la primera mujer galardonada como Gran Maestra por la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos. Triste no porque no se lo mereciera, sino porque parece ser que ninguna mujer se mereció tal privilegio hasta 2003.
Por si alguien no lo sabe (aspecto bastante dudoso), Los desposeídos, libro que forma parte del universo de Ekumen creado por la escritora estadounidense, narra la historia de las gentes de un planeta, Urras, y de su satélite, Anarres; el primero fundamentado en un sistema capitalista y el segundo, formado por personas provenientes del destierro, en el pensamiento anarquista y libertario. El agua y el aceite, vamos.
Pero lo peculiar, en contra de lo que pudiera desprenderse tras su lectura, no es el evidente conocimiento que muestra Le Guin sobre los procesos y estructuras que pueden hacer realidad una sociedad anarquista, sino que a una persona libre, o que va en su búsqueda sin remilgos ni miedos insensatos, como el protagonista Shevek o su compañera Takver, no la quieren en ningún sitio; porque los peligros del totalitarismo y el deseo de poder están presentes en el más prudente de los seres humanos. Dicen que lo soltó Voltaire: «proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo». No es baladí que la novela en cuestión tenga por subtítulo Una utopía ambigua.
En realidad hay tantas cosas escritas y reflexionadas sobre Los desposeídos que lo único alternativo que se me ocurre decir es que la leáis e, incluso a quien ya lo haya hecho, que la relea con perspectiva.
Beloved is a 1987 novel by the American writer Toni Morrison. Set after the American Civil War, it tells the …
Puede ser verdad aquello de que Bill Watterson, creador de la tira cómica que nos ocupa, beba de todas las fuentes bebibles, desde la sesuda y difícil sátira de Krazy Kat o Little Nemo pasando por los clásicos Peanuts o Mafalda, pero no es menos cierto que sus personajes Calvin y Hobbes tienen un estilo tan personal y original que, una vez pones en marcha el recorrido iniciático de sus páginas, no pasa demasiado tiempo hasta descubrir que no eres capaz de soltarlas.
Watterson era publicista, un tipo que se aburría como una ostra en un trabajo que odiaba, y que dedicaba su tiempo libre a realizar tiras cómicas, su gran pasión. De editorial en editorial, de rechazo en rechazo, no renunció a su sueño hasta que en 1985 la Universal Press Syndicate comenzó a publicar las caricaturas de Calvin, un niño medio misántropo de seis años, y de Hobbes, …
Puede ser verdad aquello de que Bill Watterson, creador de la tira cómica que nos ocupa, beba de todas las fuentes bebibles, desde la sesuda y difícil sátira de Krazy Kat o Little Nemo pasando por los clásicos Peanuts o Mafalda, pero no es menos cierto que sus personajes Calvin y Hobbes tienen un estilo tan personal y original que, una vez pones en marcha el recorrido iniciático de sus páginas, no pasa demasiado tiempo hasta descubrir que no eres capaz de soltarlas.
Watterson era publicista, un tipo que se aburría como una ostra en un trabajo que odiaba, y que dedicaba su tiempo libre a realizar tiras cómicas, su gran pasión. De editorial en editorial, de rechazo en rechazo, no renunció a su sueño hasta que en 1985 la Universal Press Syndicate comenzó a publicar las caricaturas de Calvin, un niño medio misántropo de seis años, y de Hobbes, su pragmático tigre de peluche. La importancia del pensamiento filosófico (y en buena parte trascendente) que desde un inicio pretendió insuflar Watterson en sus tiras cómicas es fácil de intuir habida cuenta de los nombres de ambos protagonistas, provenientes del teólogo Juan Calvino y del filósofo inglés Thomas Hobbes.
Las constantes referencias de Calvin a la literatura, al arte, a la cultura o a la política han hecho de la obra de Watterson un referente para muchas generaciones como lo es Quino a través del personaje de Mafalda, aun sin centrar buena parte de las viñetas en la denuncia social o la crítica política. De todo, como en botica, puede encontrarse en las tiras de Watterson: la imaginación fuera de la realidad de un niño de seis años, sus problemas con Moe el matón del colegio, sus desavenencias con la señorita Carmona, o con las funciones que debería de ejercer su padre para no perder las próximas elecciones como progenitor, así como juegos de trineos o inventados por Calvin, pasando por temas de inaudita profundidad acerca de la amistad, la muerte, el sentido de la vida… Todo embadurnado de enormes dosis de cinismo.
Y no le iría muy mal económicamente a la Universal Press ni al resto de 2400 periódicos en los que llegó a publicarse, porque a pesar de su fama ganada a pulso de chico díscolo, siempre acababa cediendo a sus sensatas exigencias, por más que supusieran romper la norma impuesta por los periódicos en la publicación de tirar cómicas. Del mismo modo que Milton Caniff consiguiera con Terry y los piratas lo impensable: mantener una continuidad narrativa con una sola tira diaria, Watterson dispuso de libertad creativa en la estructura de las viñetas llegando incluso a tocar las narices con páginas completas en la tira dominical.
Pero todo ello se queda en agua de borrajas si nos centramos en el concepto que Watterson tenía sobre el arte de las viñetas, como obra mayor, que no debería de estar sujeta al mercado ni al consumo, por respeto a los propios personajes, y se negó desde sus inicios a caer en la mercadotecnia. Más allá de puntuales excepciones, incluso a día de hoy es imposible encontrar diseños de Calvin y Hobbes en tazas, calendarios, llaveros…
Watterson dibujó ininterrumpidamente 3160 tiras de Calvin y Hobbes, con un par de paradas en el camino en los últimos años antes de dar por zanjada su andadura, y sería absurdo decir que la calidad se mantiene inalterada, pero son pocas, escasísimas dentro de tal maremágnum, las tiras de las que puedes prescindir. Una preciosidad, como las viñetas, también escasísimas, en las Calvin y Hobbes se muestra su incondicional afecto, hasta envueltos en lágrimas.
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