Vidas tristes
McCullers escribe muy bien, rematadamente bien, porque escribir no solo consiste en hacerlo bonito, en saber cómo y en qué orden juntar las palabras, los adjetivos. Escribir de verdad es saber transmitir el malestar, la pena, la constricción, la tragedia íntima... McCullers escribe sobre vidas tristes, no es baladí que uno de sus relatos más conocidos y afamados se llame precisamente Balada del café triste. Y escribe sobre vidas tristes que no han buscado serlo, tan solo les ha tocado. Por lo victoriana (y abstrusa) que suele ser la norma, la solidez moral, aunque acabe condenando a más de medio mundo a galeras.
McCullers no siempre es dadivosa a la hora de generar esperanza, pero es ducha en otra cosa que se le parece mucho, y es más compleja: crear conciencia.
En fin, Reflejos en un ojo dorado no es mejor ni más completa que El corazón es un cazador solitario, pero a mí me da igual, porque los libros no emocionan tanto por la perfección como porque son capaces de traspasarla.
Bonus: hay una película francesa de 1999, metódica y difícil de ver, llamada Buen trabajo. Tampoco es casualidad que esté dirigida por una mujer, Claire Denis, del mismo modo que Reflejos en un ojo dorado está escrita por otra. Me vino la asociación, con sencilla evidencia. Por el dolor, por lo reprimido, por el odio desenfocado de no ser capaz de afrontar aquello que somos desde lo profundo. Majas estas dos mujeres, como muchas otras que casi nadie lee ni ve.