¡Qué difícil es Conrad!
“¡Lascar las escotas! ¡Listas las brazas! ¡Adujar los cabos! -gruñía el señor Baker”. Sí, yo tampoco me he enterado, incluso mi corrector ortográfico es incapaz de reconocer alguno de estos términos marinos (¿?). Le pregunté a María Jesús, excelente amiga y traductora de la edición del Narcissus que nos ocupa: “pues sí, fue muy, muy difícil. En el estilo, por supuesto, por las características que tiene Conrad y a las que tú te refieres. Pero fue todavía más complicado todo lo relativo al lenguaje del mar y del mundo de los barcos. Si no hubiera contactado con alguien que conociera ese mundo por dentro, habría sido imposible”. Premio de traducción literaria 2009: no me extraña un ápice.
A pesar de mi incultura literaria acierto a percibir, desde siempre, lo enrevesado del estilismo de Conrad, por su mezcla de barroquismo en lo descriptivo y de realismo romántico (con toda la incompatibilidad e incongruencia que la expresión ya entraña en sí misma) en el diseño y creación de personajes. Esa característica voluntad que en todos sus escritos le otorga al mar, a las tormentas y los vientos... y de manera más rotunda, radical al propio Narcissus que se enfrenta, como un ser viviente, a su destino (“el barco le plantó cara, elevándose como si tuviera alas”).
Cierto, ¡qué difícil es Conrad! Peor aun si cabe en el ámbito filosófico que en el puramente literario: ¡lo que te hace pensar aunque no quieras! Es casi una condena. No es de extrañar que, como lector/a, tanta gente no desee meterle mano o cuando se decide a hacerlo lo abandone a la mitad con un palmo de narices. Melville, en parte su alterego literario del mar, es más... asequible y accesible. Si te apetece puedes leerlo como quien no quiere la cosa, sin sentirte “obligado” a bucear en su inconmensurable trasfondo argumental o a pensar, casi sin darte cuenta, que nada tiene completo sentido. Te puedes quedar tan feliz con Aqab, con Ismael, con sus moralejas. Conrad no te da respiro, pues nunca alcanzas a entender en su profundidad ni la cuarta parte -siendo generoso- de lo que sienten, de lo que piensan sus protagonistas... No hay verdades: “¿Había algo que supiéramos?”, nos interroga Conrad desde su papel de narrador. “¿Qué era lo siguiente que íbamos a poner en duda?”.
Esa falta de certeza que llena de incertidumbre cada página de la obra surge desde el primer bosquejo de James Wait, el negro del Narcissus: “manifestaba su desdén con toda naturalidad, como si desde su altura de seis pies con tres hubiera contemplado la inmensidad de la estupidez humana y hubiera decidido no ser demasiado duro con ella”. Como si... que una y otra vez se repite de manera machacona a lo largo del texto, “como si” ni el propio autor quisiera decidirse a opinar sobre la humana condición. Conrad dedica a la descripción de Donkin, el antagonista, dos páginas completas que, curiosamente, también está repleta de precisas inexactitudes sobre su carácter: “una criatura cordial y meritoria (…), pero que desconoce por completo la valentía, la capacidad de aguante...”. Lo dice todo sin querer decir nada. Que piense otro, que decida otro, que se fastidie otro... Tal vez por eso, podría decirse que las novelas de Conrad no tienen final, siempre queda el regusto amargo y necesario de enfrentarte con tus propios fantasmas.
Desde el título original me siembro de dudas: The nigger of the Narcissus. Un término de connotaciones marcadamente esclavistas, “nigger”. Al contrario que Coetzee, quien renuncia a describir la etnia de sus protagonistas, Conrad se explaya desde un concepto racista: “aunque sea negro, ese hombre también es persona”, para posteriormente narrar como “gracias a él, nos estábamos volviendo mucho más humanos, mucho más compasivos”. Que piense otro, quizá, como diría Sabina la verdad es sólo un cabo suelto de la mentira.
Termino con María Jesús, la traductora: “acercarte a un texto literario como traductora es totalmente diferente a acercarte a él como crítica. Cuando te aproximas de esta segunda manera, vas cargada de un momento de herramientas y conceptos que de alguna manera quieres aplicar al texto para de alguna manera domesticarlo y sacar un significado que está detrás de las palabras. Cuando te acercas como traductora, es como si la relación con el texto fuera mucho más íntima y más cercana a la propia relación del autor con su obra, y te quedas, mucho más, al nivel material, del lenguaje, de las palabras”. Tal vez tengamos que acercarnos a Conrad como lector/a, sencillamente, sin darle más vueltas, y este libro puede ser la mejor manera, pues dentro de lo imposible, es de lo más asequible de su autor.