No era nada seguro que la gente prefiriera lo refinado a lo bárbaro. La política de partido respecto a miembros de otras confesiones -nosotros somos buenos, ellos son malos- era de una claridad contagiosa. Y otro tanto la idea de que toda disensión era antipatriótica. Si al pueblo se le daba a elegir entre pensar por sí mismo o seguir ciegamente a sus líderes, serían muchos los que optarían por la ceguera antes que por la visión clara, tanto más cuanto que el imperio estaba prosperando y había comida en la mesa y dinero en los bolsillos. No todo el mundo tenía ganas de pensar, si podía comer y gastar dinero. No todo el mundo quería amar a su projimo. Algunos preferían el odio. La cosa no iba a ser fácil.
— Ciudad Victoria / Victory City por Salman Rushdie (Página 180)