"Porque, en efecto, que le quemen a uno sus obras dos veces en vida es, después de todo, una rara distinción." El siglo XX fue el siglo de los genocidios. Nunca antes en la historia el ser humano se había matado tanto y en tantos sitios. Arthur Koestler fue testigo de esa especie de locura colectiva que fue la Europa de entre guerras y durante la II Guerra Mundial, así como de los primeros años del sionismo y las primeras guerras árabe-israelíes. Sus memorias dan buena cuenta de ello. Son a la vez terribles y adictivas porque este autor escribe como los ángeles. El autor desgrana con tristeza cómo (como tanto otros) ese tiempo que le tocó vivir le hizo perder su patria, su lengua, sus amigos y camaradas y, finalmente, su fe en un ideal en el que antaño creyó ver un futuro mejor para la humanidad.