Trenes que hay que dirigir, controlar, la vida en una estación...
4 estrellas
Qué final más humano y hermoso (y duro) tiene este libro. Pleno de ternura y de una búsqueda tentativa de lo que es justo. Qué prosa la de Hrabal al que vuelvo después de años, ya tenía ganas. En esta obra está su humor habitual, su tratamiento hondo de la crudeza y el dolor pero desde una superficialidad aparente; sutileza o ligereza, más bien. Está la aparente inocencia de sus personajes y voces narrativas. La novela la narra un chico jovencísimo que no sabe de la vida pero sabe de contemplarla a través de su especial sensibilidad de hombre no tocado por los tejemanejes de la apariencia. Eso a pesar de que está inmerso en una situación la mar de complicada: la guerra y sus consecuencias sobre la vida. Lo de Hrabal es poner ante nuestros ojos una especie de inocencia harapienta, una fantasía que nos descubre justo debajo de …
Qué final más humano y hermoso (y duro) tiene este libro. Pleno de ternura y de una búsqueda tentativa de lo que es justo. Qué prosa la de Hrabal al que vuelvo después de años, ya tenía ganas. En esta obra está su humor habitual, su tratamiento hondo de la crudeza y el dolor pero desde una superficialidad aparente; sutileza o ligereza, más bien. Está la aparente inocencia de sus personajes y voces narrativas. La novela la narra un chico jovencísimo que no sabe de la vida pero sabe de contemplarla a través de su especial sensibilidad de hombre no tocado por los tejemanejes de la apariencia. Eso a pesar de que está inmerso en una situación la mar de complicada: la guerra y sus consecuencias sobre la vida. Lo de Hrabal es poner ante nuestros ojos una especie de inocencia harapienta, una fantasía que nos descubre justo debajo de la piel de lo cotidiano, de lo común, una que sabe mostrar la herida abierta pero que no sobreactúa, que no grita, que no se sorprende porque entra dentro de lo real el que los cuerpos sangren, las sociedades estén llenas de aristas y las vidas sean de todo menos acomodadas. Hay algo de cuento de hadas oscuro en cómo se nos cuenta esta historia. También vemos el toque de picaresca que suele dar a sus personajes. Como buenos seres asociales o apartados de alguna manera de la corriente normativa son juguetones, jocosos y algo distantes también; una picaresca bufa que sirve para afrontar el mundo espinoso, con sus lucientes y embriagadores momentos de belleza (qué bien hace esto, Hrabal, engarzar la belleza en la basura, en el hollín, en la muerte y la escoria), sin héroes, lleno de cotidianidad aumentada, carnal, palpable. Hay un candor en la prosa de este autor que no he visto en nadie. Quizás este ‘Trenes rigurosamente vigilados’ no llega a la altura de ‘Una soledad demasiado ruidosa’, obra que no me cansaré de releer, pero sí que es un libro más diáfano, más claro y lineal; por ello, puede que más apropiado para ir conociendo el mundo narrativo de este genio checo.