La condesa feminista introduce la novela de detectives en España
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Reseña de Jesús Aller
Emilia Pardo Bazán fue una de las pocas mujeres que consiguieron hacerse oír en aquel mundo masculino que era la literatura española de finales del XIX y comienzos del XX. Eximia cuentista y autora de varias novelas inmortales, su ingenio se prodigó a través de todos los géneros, en una trayectoria brillante, marcada siempre por la justa rebeldía contra la subordinación impuesta a las mujeres en su época, de la que ella misma fue víctima a pesar de su alta cuna. En una ocasión dijo: “Si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida.” Una muestra de la versatilidad de su genio son sus aproximaciones a la literatura policial, de la que es considerada introductora en España. Entre sus trabajos en esta línea destaca “La gota de sangre”, una novela corta de 1911 en la que ofrece un contrapunto a las de Arthur Conan Doyle, su autor más reputado en aquel momento. Así, frente al puro mecanismo racional de éste, ella teje un argumento penetrado de sutilezas psicológicas y morales, que enfatiza la dimensión pasional y revela cómo resolver crímenes puede ser a la vez una cura para la neurastenia indolente del protagonista y un acicate para la imaginación del lector. “La gota de sangre”, acompañada de tres relatos breves de nuestra autora, también de género detectivesco: “La cana”, “Nube de paso” y “La cita”, acaba de aparecer en el catálogo de Dyskolo, sello especializado hasta ahora en libros electrónicos y que con esta obra realiza una de sus primeras incursiones en la edición en papel. [...] La autora de "Los pazos de Ulloa" incursiona en el género policial con una serie de relatos publicados en los primeros años del siglo XX, cuyo fruto más granado es “La gota de sangre” (1911), una novela corta en la que ofrece su visión de los derroteros que a su juicio debía seguir este tipo de literatura. El protagonista-narrador es Ignacio Selva, un joven de clase acomodada que se nos presenta así al comienzo de la obra: “Para combatir una neurastenia profunda que me tenía agobiado –diré neurastenia, no sabiendo qué decir–, consulté al doctor Luz, hombre tan artista como científico.” Constátese el carácter simbólico de los dos nombres: Luz y Selva; es decir, racionalidad frente a complejidad psicológica. El tratamiento propuesto es que el paciente busque la forma de apasionarse por la vida, y ante su negativa a recurrir para ello a amores o viajes, que ya no le producen sino enfado y tedio, el médico le ofrece como alternativa la “exploración de almas”. Así arranca un relato que en sus ocho capítulos nos va a ir desvelando la personalidad del protagonista a la vez que se encadenan los acontecimientos. [...] Los otros tres relatos incluidos en el volumen remarcan la originalidad y buen hacer de nuestra autora en el género policíaco. “La cana”, de 1911 al igual que “La gota de sangre”, comparte con él algunas características. Así, su joven protagonista es culpado de un crimen para el que no tiene coartada, y resulta aquí también un pequeño detalle, la misteriosa cana del título, colgando de un botón del asesino, la prueba de cargo para incriminar a éste. La atmósfera onírica nos lleva por el ambiente invernal y sombrío de una ciudad provinciana en una pesadilla que sólo concluye cuando un destello de luz en la mente del agobiado muchacho le hace recordar la minucia que demostrará su inocencia. “Nube de paso”, del mismo año, representa una vuelta de tuerca en la destreza que la autora atribuye a sus detectives. En un tour de force, simplemente escuchar los pormenores de un crimen ocurrido trece años antes sirve a un perspicaz contertulio para resolverlo, aunque como es común en estos casos, su exceso de inteligencia va acompañado de cierta candidez por parte de todos los que habían tratado previamente de hacerlo. Por último, “La cita”, de 1909, se basa como “La cana” en el motivo de la encerrona al protagonista, que se enfrenta aquí también a un habilidoso plan para que parezca culpable de un crimen. En esta ocasión, sin embargo, no hay ningún indicio que aclare el misterio y ponga en evidencia al asesino, con lo que el desenlace queda abierto. [...] Suele considerarse “La gota de sangre” como el origen del género detectivesco en España. Éste se va a caracterizar, más allá de las truculencias y la sangre de las “novelas de crímenes” que se escribían hasta ese momento en el país, por el planteamiento del asesinato como un reto intelectual, que sólo podrá ser superado por la agudeza del protagonista, en la línea de lo que se encontraba ya por entonces en la literatura en inglés o francés. Partiendo de los antecedentes en estas lenguas, Pardo Bazán aporta al género elementos novedosos que serán importantes en su evolución posterior. “La gota de sangre” inaugura, pues, un nuevo género entre nosotros, pero vindica además el que va a ser rasgo esencial de éste, el placer de resolver misterios, al detallar el descubrimiento, por un joven ocioso, de la vocación que ha de librarlo de la neurastenia que padece y dar sentido a su vida. Un argumento así prometía ciertamente continuidad, y hoy se sabe que Pardo Bazán trabajó en otro episodio con el mismo protagonista, tras el hallazgo entre sus manuscritos de uno, inédito e incompleto, titulado precisamente “Selva”. Está éste constituido por 168 cuartillas llenas de tachaduras, que evidencian un infructuoso intento de pergeñar una secuela de“La gota de sangre”. [...] “La gota de sangre” puede considerarse un experimento con el que Pardo Bazán exploró las posibilidades del género policial más allá del racionalismo y los alardes deductivos de Conan Doyle, referencia indiscutible en aquellos momentos. En su busca de nuevas vías, nuestra autora opta por analizar las circunstancias sociales y anímicas del crimen, y dibujar un acabado retrato del protagonista desde estas perspectivas, atenta a sus emociones y conflictos morales. Su intento sirvió para echar a rodar el género en España y también para reivindicar la intuición como arma del detective, elemento que va a imperar después en maestros del suspense psicológico como Georges Simenon o Patricia Highsmith.