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respondió al estado de Señó Moshuelo 🦉

Capítulo 7

La víbora. Una tramo altamente simbólico y angustioso. ¡Qué florituras descriptivas! Florituras que no son adornos y que nos acercan a la jondura del sentir y el recordar del personaje principal.
Llegué a sentir angustia y miedo, a temer a ese veneno recorriendo la sangre y la memoria. Aquí se ve bien a las claras el componente poético en cuanto a lenguaje abierto que usa llamazares. Esa ponzoña no lo es sólo en lo físico, es el veneno de la serpiente y es el veneno en todas sus acepciones y posibles ámbitos de acción y efecto.
Me ha encantado, por hipnótico, este capítulo, pleno de simbología, de ese no decir para mostrar más que tanto me gusta y me seduce en esta obra.

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Capítulo 7 (cont.)

Las descripciones del delirio febril provocado por la picadura de la víbora son pura pesadilla, el tempo de este periodo de convalecencia, cómo lo expande, es sublime. Y el final del capítulo, ese nido de serpientes en la cuna del niño-monstruo, es que es un puñetero poema de horror, visual y sensitivo al máximo, pura expresión de inminencia, amenaza y terror.

Capítulo 8

“las últimas miradas de los muertos” Reflexión sobre qué es la muerte, la propia y la ajena, su concepción idealista e idealizada en nuestras vidas, su componente repulsivo. Completísimo ensayo mínimo sobre este tema.
Este capítulo me hizo cavilar y plantearme mi relación con la muerte, cómo hoy este proceso tan natural se oculta tras una asepsia comercial y hortera. Cuánto mal gusto y remilgos hay en las formas actuales de acompañar a nuestros muertos, en las maneras en que hoy pensamos y actuamos ante el fin de la vida.

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Capítulo 8 (cont.)

La lechuza como emisaria, símbolo ancestral y casi arquetípico. Estremecedor cómo Sabina espanta a pedradas a la que anuncia la muerte del abuelo.
En este capítulo pude extraer un aprendizaje, un carme cuen: no hay que temer a la muerte, sino a la vida renca y vil. Si nos dejamos, la propia existencia nos lleva al final de forma natural y nos lo presenta como alivio y remanso para descansar.

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Capítulo 9

Sigue con el tema de la muerte, la del pueblo, la muerte física, el derrumbe de Ainielle. Hay a este respecto también una aceptación, un acatamiento, una resignación mientras la ruina avanza y se va apoderando de todo. El protagonista ve caer las casas del pueblo y se prepara para desaparecer con él, dentro de él, se dispone a ser devorado por la zarza y la ortiga.
La minuciosa descripción del avanza del abandono y la podredumbre está, una vez más, escrita y expuesta con maestría y sutileza. Lo cruel es bello en la prosa de Llamazares, sin dejar de doler ni un instante.

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Capítulo 9 (cont.)

Casa por casa, hasta llegar a un ahora de inminencia y rendición, vamos viendo caer los edificios y obras humanas de Ainielle. El narrador aprovecha esta crónica de derrumbamientos para hablar un poco de los que fueron los últimos habitantes del pueblo. Cuánta derrota en esos vecinos que se marcharon o murieron resistiendo en el desengaño. Una resistencia vana que los hace parecer fantasmas (de nuevo lo fantasmal en la obra), personajes dignos de una Comala pirenaica, un territorio de muerte, desolado, carne de pasado y olvido.

Capítulo 10

Aquí vemos a la madre del protagonista que vuelve de los muertos, como augur y primera de una larga fila de fantasmas, más fantasmas. Mensajera de la muerte que de una manera extraña y atormentada acompaña a nuestro protagonista. Todos esos muertos familiares regresan para guiar al protagonista en su tránsito, para que el solitario esté con sus recuerdos en sus últimos meses de vida.

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Capítulo 10 (cont.)

Aquí vemos con mucha claridad el carácter pesadillesco de la narración. No sabemos si esas apariciones son tales o si son reales, por qué retornan. Estas dudas esenciales se repiten por toda la narración, no sabemos si el prota está ya enloquecido, machacado por la soledad, o toda esa fantasmagoría es tan real que puede incluso tocarse o dialogar con ella.